Jorge Vilches-Vozpópuli
- En Madrid se tiene al Gobierno socialcomunista como un Ejecutivo invasivo y arbitrario, despótico y totalitario
No hace falta tener un doctorado en Sociología por Oxford para darse cuenta de la animadversión que causa Pedro Sánchez en Madrid. Esto ocurre a pesar del dominio gubernamental de los grandes medios de comunicación y de la constante campaña de imagen presidencialista a lo Obama. Algo está haciendo mal Moncloa cuando los madrileños no ven a Sánchez como su protector o benefactor, sino como un déspota frío.
Veinticinco años, los del gobierno del PP en la Comunidad de Madrid, no pasan en balde, ni porque sí. Los madrileños reflejan bien la esencia del liberalismo político, que no es otra cosa que desconfiar de los gobiernos. Un Ejecutivo puede estar para garantizar la libertad y dejar a la gente vivir en paz, como defiende la derecha madrileña, o para hacer experimentos de ingeniería social con prohibiciones y limitaciones, como sostiene la izquierda.
Cuando se es incapaz de comunicar dicho interés, sino que, por ejemplo, se toman medidas sanitarias en la región de Madrid solo por motivos políticos, no se genera confianza, sino rechazo
La posibilidad de llevar a cabo una de estas dos vías depende de la confianza que genere en la ciudadanía. El secreto está en que la gente vea el mando tal y como lo definía Julien Freund, como la generación de obediencia a través de la transmisión de la vocación de servicio público; es decir, que se está en el poder para servir, no para beneficiarse a costa de todos. Cuando se es incapaz de comunicar dicho interés, sino que, por ejemplo, se toman medidas sanitarias en la región de Madrid solo por motivos políticos, no se genera confianza, sino rechazo.
A los madrileños les quedó claro que Sánchez aplicaba el estado de alarma en la Comunidad para ahogar al Gobierno autonómico, no para salvar vidas. Las cifras de descenso de contagios, ingresos UCI y hospitalizados estaban bajando, y, al tiempo, la comparativa con otras regiones, como Navarra, dejaba al descubierto la maniobra sanchista. Dio igual, incluso con una sentencia del TSJM de por medio, porque el presidente tenía que mostrar su auctoritas por encima de la ley, el Estado de derecho y el sentido común.
Eslóganes socialistas
En consecuencia, es imposible que el Gobierno de Sánchez genere confianza en Madrid porque es un político que se caracteriza por ufanarse de mentir, recortar la libertad y ejercer el mando en beneficio propio, no general. Eso es el sanchismo, un proyecto personal envuelto en eslóganes socialistas y con estilo populista. Es el paroxismo del culto al líder, del enaltecimiento de la soberbia como cualidad política, de la propaganda como guía de la acción gubernamental, del pacto con quien sea a cualquier precio con tal de mantenerse en el poder.
El PSOE no existe más que para servir a Sánchez. No en vano purgó el partido y cambió el sistema de primarias para ponerlo a su servicio. El “No es esto, no es esto” orteguiano se oye a los viejos dirigentes socialistas, a los que ahora la izquierda tacha de ‘fachas’. Ese mismo modelo de acomodación a su interés personal lo ha trasladado Sánchez al Estado: un instrumento para cumplir su voluntad. De ahí la deriva autoritaria que estamos sufriendo.
La democracia no es el uso de una mayoría circunstancial y exigua para dictar normas trascendentales contra el parecer del resto de partidos e instituciones, incluso de los jueces
La declaración de estado de alarma en Madrid ha sido una demostración de soberbia gubernamental y de despotismo, propia de un régimen autoritario. Lo que caracteriza a una democracia, mal que le pese a la izquierda, es que la política resulta ser la resolución del conflicto a través del acuerdo, no la creación de problemas para levantar trincheras. La democracia no es el uso de una mayoría circunstancial y exigua para dictar normas trascendentales contra el parecer del resto de partidos e instituciones, incluso de los jueces.
El sanchismo ha consistido en podemizar el PSOE, convertir al viejo partido socialista en una máquina populista centrada en romper el eje del consenso político de la Transición para asentar el caudillismo de su líder. Esto pasa por la incoherencia en la política y el discurso, la mentira y la traición, y, por supuesto, la polarización de la sociedad. Es lo peor que se puede hacer en una crisis de la envergadura de la actual: no proteger y crear desconfianza.
Progreso y libertad
El madrileño está acostumbrado a la libertad, lo que no significa que desprecie la seguridad de un gobierno benefactor, sino que prefiere tener a la administración lejos y solo cuando la necesita. Esto no lo acaba de entender la izquierda madrileña, atenta a un modelo político que no encaja con las costumbres en la región. La moralina izquierdista, obsesionada por corregir comportamientos y pensamientos, en un teatro de ruido y furia, poco tiene que ver con la libertad y el progreso.
En Madrid no hay regionalismo. Contaba Gordon S. Wood en La revolución norteamericana que lo que unía a los colonos en 1776 era una especie de ‘republicanismo de granjero’; es decir, la defensa de su propiedad, su libertad y destino frente a la arbitrariedad de un Gobierno. Por eso no convertían ni entonces ni ahora el ‘bien general’ en sinónimo de ‘lo público’. Eso mismo pasa en Madrid. Un Ejecutivo tiene que atender ese punto de vista de “granjero”, y dejarse de planes quinquenales.
Por eso la resistencia es un valor en Madrid, porque se tiene al Gobierno socialcomunista como un Ejecutivo invasivo y arbitrario, despótico y totalitario, que busca arrinconar y deslegitimar a los que no son de su cuerda. El derecho a la resistencia es el último recurso frente a un poder que vulnera la ley y su espíritu. Y de eso en Madrid algo se sabe.