Jon Juaristi-ABC
- La fobia a Madrid es un clásico de la España inmunda
Hace once años, Fernando Castillo Cáceres publicó un extraordinario ensayo sobre el odio a Madrid (’Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad del 98 a la posguerra’, Ediciones Polifemo, 2010). No digo que deba ser de lectura obligatoria, pero sí imprescindible, si se quiere entender lo que pasa hoy, combinándola con la de un libro nueve años posterior, ‘Madrid’, de Andrés Trapiello (Destino, 2020), donde se nos cuenta la parte más reciente de la historia: la del medio siglo sobrado entre la posguerra y la pandemia.
Como hijo, nieto y biznieto de nacionalistas vascos, crecí en un ambiente cuya hispanofobia cristalizaba en una inquina muy particular contra Madrid. No era lo del «España nos roba» de los cenutrios indepes de hoy, sino «Madrid quiere exterminarnos», sin matices ni salvedades. El pataleo antimadrileño de Urkullu a lo largo de esta semana, tanto contra Díaz Ayuso como contra la propia patronal vasca, es casi un piropo comparado con lo que tuvimos que oír los de familia abertzale de mi generación durante nuestra niñez y acaso mocedad.
Algunos fuimos espabilando. Yo, que frecuentaba las Obras Completas de Sabino Arana Goiri, descubrí divertido que el autor echaba la culpa a Madrid de no poder publicar en eusquera sus panfletos, porque desde Madrid no le mandaban los tipos especiales de imprenta necesarios para ello, que le habían obligado a pagar por adelantado cuando los encargó. De ahí al genocidio, efectivamente, no había ni un paso de Semana Santa, según insinuaban nuestros ancestros.
A Madrid no le estoy agradecido por nada. Vine a vivir aquí escapando de otra ciudad donde peligraba algo más que Urkullu, expuesto este sin duda a desastres naturales, pestilencias y accidentes domésticos o de tráfico. Sobre mí pesaban todos estos posibles riesgos y alguno de propina, que, sinceramente, resultaba molesto. Resumiendo, Madrid fue durante varias décadas para muchos vascos algo parecido a lo que Israel ha sido para los judíos pillados en países antisemitas de la diáspora: o sea, no el exilio, sino todo lo contrario. Para concluir con la analogía, ni Israel tiene la culpa de la judeofobia actual ni Madrid la de que surgiera el nacionalismo vasco, ETA incluida.
Pero hasta ahí llega el parecido, no más allá. Madrid no me hizo favor alguno por el que yo deba estar agradecido a su Ayuntamiento ni a su Gobierno Autónomo. Madrid, dice Díaz Ayuso, es tierra de acogida. Quizá lo sea para exiliados venezolanos o cubanos, no para españoles hostigados en Bilbao o Gerona, faltaría más. Y, por cierto, no veo por qué debería apiadarme de la España Vaciada. No me da pena. Dentro de treinta años, toda la humanidad, si sobrevive, lo hará en ciudades de más de un millón de vecinos. Lo que me preocupa es la banda ministerial de chorizos generosas dispuesta a robar a los madrileños (pobres y ricos) para dárselo a los vascos (y vascas).