José García Domínguez, LIBERTAD DIGITAL 21/11/12
Algo más de cuatro mil millones de euros. Exactamente, 4.015.000.000. Ésa es la cantidad precisa de dinero que el resto de los ciudadanos españoles transfirió al solidario modo a sus compatriotas catalanes durante 2009, último ejercicio del que se dispone de datos consolidados. No lo dice Madrit, sino la propia Generalitat. Tal es la cifra que consta, eso sí, convenientemente emboscada, en el informe sobre el saldo fiscal hecho público por Mas Colell, el consejero local del ramo. Por más señas, los ingresos del Estado en las cuatro provincias ascendieron a 45.184 millones de euros. En contrapartida, los catalanes recibieron vía gasto público la suma de 49.191 millones.
Sí, descreído lector soberanista, el vampírico y malhadado Estat espanyol aportó a Cataluña más de lo que recibió de ella en concepto de impuestos. Para seguir siendo precisos, una suma equivalente al 2,1% de su PIB. Son números, insisto, avalados por el sello oficial de la Plaza de San Jaime. Números, no numeritos mediáticos del ínclito Sala i Martín ni melancólicos suspiros de Lluís Llach. Ocurre que España no nos roba; España, ¡ay!, nos socorre. Al menos, en instantes de mudanzas y tribulaciones como el presente. Que a los votantes censados en la demarcación se les haya hurtado la capacidad de percibir esa evidencia es asunto bien distinto. Una consecuencia, otra más, del efecto hipnótico de la ideología, de ese dominio imperialista de las emociones sobre la razón que apuntala a diario el nacionalismo.
Y es que la pervivencia de la hegemonía nacionalista en Cataluña exige que la España de charanga y pandereta perviva eternamente instalada en el imaginario pedáneo. Para ellos, el Madrit mítico poblado por seis millones de ociosos comedores de bocadillos de calamares es una cuestión de vida o muerte política. Necesitan su caspa, sus moscas, sus toreros famélicos y sus sufridos progresistas, a los que compadecer con gesto paternal desde una atalaya de civilización y muy europea modernidad. Y así, desde la relativa grandeza de un Cambó escindido entre la ambición de quererse el Bismarck español o el Bolívar catalán, hasta la absoluta miseria de ese Artur Mas travestido de Umberto Bossi en La Moncloa y de Francesc Pujols en Las Ramblas, hemos perdido los últimos cien años.
José García Domínguez, LIBERTAD DIGITAL 21/11/12