- Hay un mérito que los historiadores de los siglos por venir habrán de reconocerle a Pedro Sánchez: haber sido la prueba fáctica de que la España actual es un Estado fallido. A un Estado fallido se superpone automáticamente una mafia que supla sus funciones
La Mafia es el Estado de los estados fallidos. No puede, por eso, ser confundida con otras prolijas variedades de delincuencia organizada. Su esplendor en el profundo sur italiano nada tiene, ni de azar, ni de perversidad conspirativa. El poder –como el ser en el apotegma clásico– abomina el vacío. Y allá donde el Estado moderno no acertó a tejer su red paradójica de violencia regulada mediante garantía, fue una paralela red de violencia regulada sin garantía la que pasó a hacerse cargo del orden social en todas sus vertientes. No sólo en la delictiva. Sucedió en el Nápoles de 1799, tras el fracaso lamentable de la revolución ilustrada que tan conmovedoramente narra Enzo Striano en su novela Nada de nada. Sucedió en la deslumbrante y desesperanzada Sicilia de 1860, que retrata en exquisita miniatura Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Sucede ahora en España. Bajo la mugre irrespirable de lo anacrónico.
Hay un mérito que los historiadores de los siglos por venir habrán de reconocerle a Pedro Sánchez: haber sido la prueba fáctica de que la España actual es un Estado fallido. A un Estado fallido se superpone automáticamente una mafia que supla sus funciones. La condición primera de ese Estado paralelo es ponerse al abrigo de la ley. El diseño de tal impunidad se quiso iniciar muy pronto. Y falló en su primero modelo. Bajo Felipe González, la máquina-PSOE diseñó selectivos asesinatos e inmensas lavadoras de dinero negro, sobre los cuales se urdió el megalómano proyecto de una España sin alternancia. Los líderes de entonces ni siquiera se tomaban la molestia de disimularlo. El horizonte del «medio siglo» por delante para completar el programa supremo fue consigna electoral explícita. La chapucera gestión de las operaciones GAL y Filesa hizo saltar por los aires aquel sueño dorado.
Cuando Pedro Sánchez concibe su proyecto de retomar el control mafioso del Estado, sabe que le es imprescindible poner en pie una «familia» nueva. La vieja, la de los González y los Guerra dormita en plácida senectud aburguesada. El descerebrado Zapatero, hijo de un imprevisto monstruoso, nunca dio para gran cosa, más allá de su fina avidez para ingresar dinero. Los viejos modos de patanes versallescos, tan propios de la pandilla sevillana, no eran ya operativos. En los tiempos de guerra total, que el joven capo había diseñado junto a su señora, se incluía una «noche de San Valentín» que hubiera levantado la admiración del propio Capone.
En la sede de su partido, Sánchez secuestra urnas, embute votos que le darán la invulnerable jefatura. Lo pillan. Lo defenestran. Y sus contrincantes están tan seniles o son tan pardillos que ni siquiera lo expulsan. En una estructura mafiosa, se mata al que pierde. De no hacerlo, el que perdió matará al que creyó haberle ganado. Sucedió. Ni uno sólo de los cuadros socialistas que eran puntos nodales de la red, digamos sevillana, sobrevivió al retorno del nuevo Capo. Fueron decapitados y arrojados a los perros. Despojos. Y el César preservó las siglas, pero alzó su máquina nueva: homicida. Ninguna piedad para el que pierde. Ninguna, para el que se muestra débil. En la nueva banda de Sánchez, se mata o se muere.
Y claro está que la dama de cloacas Leire Díez sabe eso. Igual que lo sabía –y antes que nadie– el Ábalos que trazó, a la vera de su jefe, el plano completo de la red de desagües. La conversación que relata el defraudador al que chantajea Díez para que denuncie a jueces y policías escalofría por su lógica: «El gran jefe ha pegado un puñetazo en la mesa… se llama Pedro y se apellida Sánchez».
A eso se llama Mafia. Con estricta M mayúscula. Porque no estamos hablando de delito. No sólo. Se delinque cuando es imprescindible, pero sólo entonces. La Mafia es el Estado sin los jueces. En la Italia de los años ochenta y noventa, toneladas de explosivo los hacían volar dentro de sus coches blindados. En la España de Sánchez, una alta funcionaria del gobierno encarga hacerles vídeos sexuales. Es cierto que hay muertes y muertes. Y uno no sabe, de verdad que no sabe, dar con la palabra justa para eso puesto en pie desde Moncloa. Sabe sólo que la Mafia es necesariamente el Estado de los estados fallidos.