Los líderes de la izquierda abertzale han concluido que el nuevo ciclo político, inaugurado por ellos y diseñado en su particular pizarra, debe ser presentado sin adherencias incómodas. Ya verán, dicen, si se pronuncian y cómo si ETA perpetra algún atentado. Y la suerte de ‘sus’ presos no es ya cosa suya, sino del proceso democrático. Nos aproximamos al final de su historia. Dejemos que la acaben de escribir ellos.
Es sorprendente cómo un movimiento que ha girado toda su vida en torno a la coacción sangrienta que ETA viene ejerciendo sobre el resto de la sociedad obtiene sus mejores resultados en el manejo de las palabras con las que consigue enredar, en círculos concéntricos, a la opinión pública. La perpetuación del poder fáctico siempre ha dependido de la sabia administración del verbo con el que, periódicamente, la trama etarra se libera de la presión exterior mediante la generación de un clima de esperanza en la sociedad y en la política democráticas.
Hay indicios que apuntan a un proceso de independización de la izquierda abertzale pública respecto a la de los comandos. Pero todavía se trata de una conjetura, de una especulación y poco más. La lectura del documento ‘Zutik Euskal Herria’ no permite extraer conclusiones definitivas ni demasiado esperanzadoras, porque su literalidad coincide con un sinfín de pronunciamientos anteriores.
Todos podríamos hacernos los recién llegados a este ‘planeta del conflicto’, y exclamar que por fin se ve luz al final del túnel. Pero cuando menos debemos preguntarnos a qué distancia se encuentra esa luz; y sobre todo si es estática, o por el contrario se alejaría cada vez que tratásemos de aproximarnos a ella. ¿Acaso no es esto último lo que han demostrado todos los movimientos anteriores en la izquierda abertzale?
El auténtico cambio no se encuentra en dicho texto, sino en la precavida distancia con la que esta vez, y después de tantas decepciones, lo ha leído el conjunto del arco político; con la excepción de Eusko Alkartasuna, cuyo secretario general se ha convertido en el privilegiado relator del nuevo ciclo político al que parece abocada la historia de los vascos.
Hasta hace bien poco la magia de las palabras de la izquierda abertzale, que el encarcelado Otegi maneja con la habilidad embaucadora del mejor trilero, acababa atrayendo -o cuando menos desconcertando- a una clase política ávida de soluciones, y de soluciones rentables. Pero las palabras de la izquierda abertzale han perdido ya ese poder de atracción. Ahora su magia se pone a prueba en cuanto a su eficacia para desarmar ideológicamente a unos miles de ciudadanos vascos que, durante años, han permanecido atentos a la próxima convocatoria, fuese cual fuese el carácter de ésta, callejera o electoral. El cambio consiste en que, por primera vez, la izquierda abertzale ha sido emplazada a demostrar que la magia de sus palabras -«el proceso democrático constituye la palanca para el cambio de ciclo, etc.»- es capaz de modificar la realidad de la propia izquierda abertzale; de adormecer, persuadir o confundir a su núcleo más intransigente, y de desarmar como sin querer a la banda terrorista.
Claro que esas palabras no deberían ser utilizadas para atajar el camino de la propia reconversión brindando a esos mismos intransigentes el aura triunfal que por ahora necesitan para convencerse de que lo que los demás proclaman como derrota irreversible del terrorismo de ETA es en realidad la constatación de su ineludible victoria. El iluminismo de la izquierda abertzale podrá llegar a convencer a los más entusiastas de que hay un senador estadounidense, de apellido Mitchell, que ha ideado una fórmula para desbrozar el conflicto armado que, al parecer, protagonizamos los vascos.
Pero no puede traspasar la línea de la memoria, infligiendo más daño moral a quienes tanto han padecido y padecen a causa de la persecución ideológica y de la extorsión mafiosa. Si hay algún «ciclo agotado» es el del terror. Y mientras la izquierda abertzale se resista a reconocerlo explícitamente, estará justificando los asesinatos cometidos como parte del esfuerzo que habría realizado para conducir a Euskal Herria hasta esta tierra de promisión que representaría la apertura de un nuevo ciclo político como manifestación de su victoria.
Aunque probablemente ni siquiera alcance a pretenderlo. Porque en este ejercicio de permanente transferencia de responsabilidades hacia los demás -hacia la sociedad y sus instituciones- la izquierda abertzale lleva demasiado tiempo eludiendo la verdadera patata caliente de la colosal mentira que encarna: el futuro inmediato de esos presos ante los que se muestra formalmente solidaria y, a la vez, indiferente. La resolución de su debate coral pasa tan de puntillas por delante de la cuestión, que sólo se refiere a «dar pasos en la liberación de presos». Hay en estos momentos en torno a 700 personas en prisión por su vinculación con ETA, de las cuales más de la mitad se encuentra condenada o procesada por causas de asesinato a veces múltiple.
Los líderes del movimiento por mover a la izquierda abertzale han concluido que el nuevo ciclo político, unilateralmente inaugurado por ellos y cuyo diseño han delineado en su particular pizarra, debe ser presentado sin adherencias incómodas. Ya verán, dicen ellos, si se pronuncian y cómo se pronuncian en caso de que ETA perpetre algún atentado. Y la suerte de ‘sus’ presos no es ya cosa suya, sino del proceso democrático que unilateralmente han dado por inaugurado. Nos aproximamos al final de su historia. Dejemos que la acaben de escribir ellos.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 20/2/2010