ARCADI ESPADA-EL MUNDO

EN EL SIGLO XVII, en el Principado de Cataluña, las quejas eran por el absentismo real. El Rey iba poco. Era preciso, como se dice en una de las frecuentes invocaciones catalanas de la época, que «la real Majestad toque y entienda las cosas de esta provincia». A pesar de ello el absentismo era también una de las docenas de agravios que la Generalidad invocaba en el seminal relato de exageraciones y mentiras inherente a todo nacionalismo. Ese relato, por cierto, que el presidente Sánchez acaba de descubrir para bien de la nación y sobre todo de sí mismo. En la rebelión de 1640 el absentismo fue también invocado, por más que la principal causa de la rebelión fuera la negativa de Cataluña a contribuir con dinero y hombres a la Unión de Armas que el Conde Duque impulsaba para la defensa de la Monarquía española.

Ahora los catalanes que mandan expulsan al Rey de Cataluña.

El patronato de los premios Princesa de Girona ha decidido evitarle a Leonor el mal trago de ir a Gerona. Se comprende por su tierna edad. Pero protegemos demasiado a los niños: Leonor será reina y convendría que fuera aprendiendo en vivo de los catalanes. Es imposible desvincular la decisión de lo que sucedió el año pasado, cuando el ayuntamiento de Gerona se negó a ceder el auditorio municipal para la ceremonia de entrega de los premios y los Reyes y su séquito hubieron de pedir asilo en un salón para bodas. Es interesante detenerse en la composición del patronato. Citaré tres hombres, sabiendo que del Rey abajo ninguno, para que se vea hasta qué punto se trata de una decisión de grandes de España acobardados: Rafael del Pino, Pablo Isla y Francisco González. La lista es fácilmente consultable para cualquiera que quiera ampliar estudios y comprobar cuál es la auténtica ideología del Ibex. La pregunta, ahora, de cualquier obrero instruido es cuánto va a tardar la Princesa en renunciar al título de una ciudad a la que le han prohibido entrar.

La desigualdad es algo realmente intolerable. Es ahora que lo veo claro. El Rey, la Princesa, la Corte en sí, pueden prescindir de ir a Gerona. La ciudad es bonita, aunque con risibles ínfulas florentinas. Y su mejor cercanía, el Ampurdán, está francamente sobrevalorado. Pero hay una gente, miles y miles de españoles de Gerona, que no pueden irse con la facilidad que los otros no vienen. Y para los cuales la visita de su Rey es un instante de calma y consuelo democráticos frente al imperio consuetudinario de la turba.