La nueva generación de políticos españoles ha logrado destacar… por su discutible calidad. Muchos de ellos son a la política de Estado lo que la mortadela al jabugo. La mayoría son apparatchiks de partido, que no han rascado pelota en una empresa. Deambulan por los platós profiriendo latiguillos populistas y carecen de experiencia de gestión. Pasar vergüenza ajena se ha convertido en lo habitual. Pero aún así, el mitin de ayer de Iglesias en la rueda de prensa sobre la epidemia fue inusualmente vergonzoso. Es una vileza que un mandatario con título de vicepresidente aproveche una enfermedad para lanzar una arenga ideológica desde la plataforma del Gobierno. Todo sirve para el adoctrinamiento.
Madrid perdió mucho patrimonio arquitectónico durante el desarrollismo;
por ejemplo, valiosos palacetes de La Castellana. Antes, a finales de los cuarenta, la piqueta se ventiló el palacio de Xifré, frente al Museo del Prado, una joya neomozárabe. Para ocupar el solar se organizó un concurso, que ganaron los arquitectos Asís Cabrero y Rafael Aburto. El resultado fue el estupendo edificio moderno de ladrillo, inaugurado en 1955 como La Casa Sindical. Tradicionalmente era la sede del Ministerio de Sanidad. Hoy se apelotonan allí tres ministerios: Sanidad, Consumo y la vicepresidencia florero de Iglesias Turrión, que atiende asuntos que en realidad están transferidos. Illa, Iglesias y Garzón se apretujan en perfecta metáfora de lo que ha ocurrido: Sánchez diseñó un Gobierno para facilitar la coalición, no al servicio del público. Pero daba igual, porque el Gobierno en realidad no gobernaba. Carecía de presupuestos propios y dedicaba su tiempo a pelotillear a los separatistas para mantener a Sánchez y a la ingeniería social. Pero ahora -ay- ha surgido un problema de verdad, y además abrumador. Así que la rama adolescente -los podemitas- y los socialistas muy torpones -Calvo- han sido apartados para que gestionen la crisis los que tiene un dedo de frente y algo de caché (tipo Margarita Robles).
La crisis del coronavirus había dejado Iglesias fuera de juego. Además, debería estar en cuarentena, porque su mujer se ha contagiado y lo que se nos exige a los ciudadanos comunes ha de ser obligatorio también para los gobernantes. Pero el divo necesitaba su dosis de cámara y ayer convirtió una rueda de prensa en un mitin. Comenzó con un forzado saludo políticamente correcto en cuatro idiomas y siguió con una pullita tontorrona al discurso del Rey («decir que este virus lo paramos unidos es una declaración vacía»). Continuó poniendo verdes las políticas de contención del déficit, esas que Iglesias desprecia y que permiten a Alemania afrontar el tsunami económico con garantías. Convirtió el coronavirus en un capítulo más de la lucha de clases. Vendió como propia la gestión de unos dineros que irán directos a las comunidades. Y remató con nueva bofetada al Rey, defendiendo unas caceroladas contra la Corona instigadas por el podemismo (¡un partido de Gobierno contra el jefe del Estado!). En fin, a la altura de su categoría. La humana y la política.