ABC 20/02/17
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
· Creer que con más autonomía se arregla el problema catalán me parece utópico
SI, como dice «El País», Rajoy prepara ofrecer a Cataluña más competencias autonómicas, mejores infraestructuras y nombramientos consensuados (lo más grave, al ceder soberanía) a cambio de renunciar al referéndum, mucho me temo que cometa el error de siempre: creer que puede comprarse el nacionalismo catalán. Ni el catalán ni ninguno. Al revés, le dará alas y el mejor ejemplo lo tenemos allí: sin remontarnos a los tiempos en que las inversiones catalanas en Cuba contribuyeron a nuestro choque con Estados Unidos (junto a la ceguera de nuestros políticos), baste recordar que Cataluña fue la región más primada en inversiones durante el franquismo. Allí estuvo la primera planta automovilística, la primera autopista, la primera gran industria petroquímica y farmacéutica. Idea de Franco, que consideraba a los catalanes más capacitados para la producción y organización que el resto de los españoles. Algo que se acrecentó en la democracia, como prueba que es la única comunidad con AVE en todas sus capitales de provincia. ¿Para qué ha servido? Pues para reafirmar su convicción de superioridad. O sea, para fomentar el nacionalismo. Esas nuevas concesiones no van a hacerlo disminuir. Las aceptarán, pero seguirán pidiendo «el derecho a decidir».
Lo que nos lleva al mayor problema español: el territorial. Estábamos convencidos de que la descentralización iba a resolverlo. Estamos viendo que no es así, que incluso lo agrava, aunque nadie quiere admitirlo. Y es que partimos de una premisa falsa: que cuanto más cerca están los centros de decisión de la calle, más efectivos serán. Y no es así. ¿Prueba? Que cuanto más cerca está el ciudadano de las decisiones colectivas, más difíciles serán de tomar, pudiendo la controversia incluso hacerlas imposible. Tenemos el mejor ejemplo en las grandes obras de comunicación, energéticas, de investigación o hidráulicas. Aparte de fomentar la corrupción. Que ésta haya florecido en ayuntamientos y autonomías más que en ningún sitio lo demuestra. Fue algo que aprendieron nuestros antepasados en la Edad Media: preferían que su ciudad fuera una «villa real», bajo la jurisdicción del lejano monarca, que bajo un noble inmediato, que les exprimía y sometía a un trato injusto y caprichoso. Algo que hemos olvidado, pero que el Estado de las Autonomías, convertidas en reinos de taifas en manos de reyezuelos más interesados en el beneficio propio y de los suyos que en el de la Nación, nos plantea. Ya sé que estoy diciendo algo políticamente incorrecto pero, antes, por favor, contéstenme a estas dos preguntas: ¿se hubiera descubierto en una Cataluña independiente el escándalo de los Pujol? y ¿qué beneficia más a los ciudadanos de la Unión Europea, la normativa comunitaria o las nacionales dictadas por intereses locales?
Creer que con más autonomía, cargos e inversiones se arregla el problema catalán me parece no ya equivocado, sino utópico. A no ser que Rajoy esté sometiendo a aquellos nacionalistas a su táctica favorita: dejar que se cuezan en su propio error. Algo que sólo saben él y su almohada.