Mala pinta

IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Los problemas que atraviesa la empresa Siemens Gamesa presentan un color oscuro. Malo para sus accionistas, para sus empleados y para el entorno industrial en el que hace sus acopios. Y lo malo es que llevan demasiado tiempo con ese lúgubre aspecto como para poder calificarlos de temporales. Los nuevos dirigentes hablan de la obligación de realizar una «optimización estructural», que es una manera muy poética de encubrir lo que sin duda va a ser un ajuste severo. El sector energético se encuentra en plena ebullición en todo el mundo y está sometido a un cambio tecnológico que avanza a un ritmo endiablado. Hace un par de décadas, la energía eólica era un mercado prometedor con una tecnología puntera, que permitía grandes rebajas de costes en las instalaciones y por eso atrajo inversiones colosales. Lo sigue siendo, pero el centro del negocio se ha trasladado hoy desde la tierra al mar. Soporta, al menos por ahora, menos resistencias populares y permite instalaciones más potentes al disponer de un régimen de vientos más favorables y constantes.

Eso, que en sí mismo es bueno, supone un problema para las fábricas vascas de Siemens Gamesa, dado que están más centradas en la producción terrestre, mientras que la marítima se ha desarrollado en el norte de Europa. Las dificultades de aprovisionamientos y el incumplimiento de algunos plazos de entrega han conducido a pérdidas enormes que exigen esa «optimización estructural». Un concepto, como digo, que preocupa a los sindicatos, temerosos de que implique fuertes reducciones de empleo; asusta a los suministradores, por el posible impacto negativo sobre sus ventas; y que lamentan los dirigentes políticos, que ven en él un nuevo ataque al famoso arraigo industrial entre nosotros.

Es lógico. Al menos tan lógico como que cuando se registran pérdidas de 2.324 millones en los dos últimos años y medio, de los cuales 780 se han acumulado en los últimos seis meses, el arraigo no consiga interesar a los gestores del problema, los suministros estén anotados en la lista de ahorros a acometer y los trabajadores se vean en la desagradable disyuntiva de elegir entre la continuidad de menos o el final para todos.

En momentos como este, son muchos los que dirigen sus miradas a las esferas públicas, esperando algún milagro salvador. Pero ningún gobierno es más fuete que el mercado y ninguno puede reorientar la evolución de la tecnología. Al Gobierno vasco se le puede pedir que ayude y colabore en minimizar los daños, y seguro que lo hará, pero es inútil exigirle que arregle un desaguisado que ni siquiera alguien tan potente como es Siemens ha podido enderezar. Mala pinta…