EL CONFIDENCIAL 29/10/14
JOAN TAPIA
Cuando Artur Mas, el martes 14 de este mes –hace muy pocos días– renunció a la consulta convocada con mucha pompa y todavía mayor estulticia el pasado 27 de septiembre y que el Tribunal Constitucional había suspendido, Rajoy dijo que era una excelente noticia. E insistió poco después cuando Mas ya había convocado “el proceso participativo” o la pseudoconsulta. Recuerdo que la noche del Planeta –siempre la festividad de Santa Teresa el 15 de octubre– la ministra Ana Pastor, con su tono prudente pero semblante relajado, me susurró que –retirada la consulta– la confrontación se debía y podía encauzar a través del diálogo.
Parecía que llegados al borde del precipicio o del choque de trenes, los dos Gobiernos habían reflexionado. Artur Mas retiraba la consulta –porque no tenía otro remedio sin romper la legalidad y pese a que le abría una crisis con sus socios soberanistas– y el Gobierno Rajoy miraba hacia otro lado mientras tenía lugar la pseudoconsulta que también era una válvula de escape para la tensión acumulada. Los catalanes independentistas –los que salen a la calle cada 11 de septiembre desde el 2012– harían una nueva performance en forma de manifestación-votación y luego se podría hablar sin que nadie se hubiese bajado los pantalones. Quizás podría iniciarse el deshielo.
Pero al final no ha sido así. El viernes pasado tanto Rajoy desde Bruselas como la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría –tras la reunión del Consejo de Ministros– dijeron que el Gobierno estudiaba la posible inconstitucionalidad del nuevo 9-N. Y el anuncio indicaba una nueva impugnación ante el Constitucional que se confirmó el lunes. El Gobierno optaba por plantar cara a la pseudoconsulta (una manifestación-votación sin ninguna consecuencia jurídica) aunque eso le haga menos simpático todavía –cosa difícil– en Cataluña.
Pero en el dilema entre ser severo o quedar en ridículo, el Gobierno de Madrid lo tenía claro. Y es que las afirmaciones de Artur Mas diciendo que se trataba de engañar al Estado y la publicación de anuncios en la prensa –pagados por la Generalitat– animando a participar en la pseudoconsulta del 9-N tampoco le dejaban muchas opciones. Salvo que prefiriera aguantar estoicamente el chaparrón con la esperanza de desbloquear la situación, opción inteligente pero con costes y que, como se ha visto, no ha sido la elegida.
Tanto en Madrid como en Barcelona creen que el choque de trenes será poco costoso, al menos para uno de ellos, y no están dispuestos a ceder nada. Y se equivocan, porque la inestabilidad política y económica les perjudicará
A corto plazo el Gobierno de España no cede un ápice en sus posiciones y vuelve a colocar a Artur Mas en una posición complicada. ¿Obedecerá al Constitucional, lo que le causará nuevos problemas con sus aliados, o asumirá los riesgos de la ruptura de la legalidad? Pero el balance para Rajoy tampoco es positivo porque Cataluña desea la consulta y las prohibiciones repetidas solo pueden hacerle aparecer como un Gobierno autoritario que se niega al diálogo. Aunque también es cierto que cuando las apuestas se llevan al límite, el ganador –al menos a corto– siempre es quien tiene más fuerza material y jurídica. Y que no es Artur Mas el que está en mejor posición.
Pero el recurso –y la casi segura nueva suspensión del Constitucional de la pseudoconsulta– tampoco van a favorecer al Gobierno de España ante la opinión pública catalana. La independencia tiene ahora el apoyo de un 40-45% de los catalanes frente a poco más del 20% hace solo tres o cuatro años. Pero la consulta –la sentencia del Constitucional del 2010 invalidó cuatro años después el referéndum del 2006– tiene un apoyo muy superior y cercano al 70%.
Recurrir la convocatoria de consulta –con una infumable doble pregunta y convocada unilateralmente– era una operación arriesgada. Pero ahora, recurrir también la pseudoconsulta –más una manifestación que una consulta– alejará más a Madrid de la sensibilidad de muchos ciudadanos de Cataluña. Aunque es cierto que la performance convocada por Mas es una chapuza y que Rajoy puede pensar que lo peor que le puede pasar a un Gobierno es que le tomen el pelo.
Está visto que ninguno de los dos Gobiernos está dispuesto a ceder un ápice en sus posiciones para buscar un mal pacto (o uno no tan malo) que –como dice la sabiduría popular– siempre es mejor que un buen pleito. Mas ha decidido subir la apuesta. Y el Gobierno Rajoy cree que no puede quedarse atrás. Le dice: “Te veo porque tengo mejores cartas”.
Dudo que ninguno de los dos Gobiernos tenga estas mejores cartas y estoy seguro que los ciudadanos –y la estabilidad política y económica– saldrían ganando con unas posiciones más pragmáticas y menos dogmáticas. Pero cuando los Gobiernos legítimos y electos se empeñan en apostar por el camino de la confrontación, los opinadores sólo podemos decir que se equivocan. Y que querer ganar los partidos por cuatro a cero puede ser una ilusión contraproducente. No podemos hacer mucho más y el profeta Jeremías no tiene buena fama y además es del Antiguo Testamento. Tanto en Barcelona como en el Madrid del siglo XXI creen que el choque de trenes será poco cruento y costoso y que en todo caso una parte (la suya) será la vencedora. Se creen su propia propaganda.
Ante esta confianza ciega, mutua y por fuerza equivocada (al menos para uno de los dos bandos), el escepticismo es casi obligado. Máxime si está claro que ninguno de lao dos –ni el inmovilismo ni el independentismo– tienen la razón, y cuando se teme –ni ingenuamente ni por ‘buenismo’ sino en base a la experiencia histórica– que el choque de los nacionalismos (en este caso el catalán y el español) es siempre una senda peligrosa que acostumbra a acabar mal para ambos. ¡Mala suerte!