MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, EL CORREO 21/10/13
· Malala es pakistaní y Suraya afgana. Vecinas, por decirlo de algún modo. Defienden el derecho de las niñas a la educación. Y esto es lo mismo que decir que ejercen la libertad de pensar y que la defienden en un ambiente, digamos, poco propicio.
Suraya Pakzad fundó en Afganistán un movimiento clandestino de escuelas para niñas durante el régimen talibán en Afganistán, allá por 1998. En 2013 dirige una ONG para amparar a las mujeres más desvalidas, a las mujeres maltratadas, a las que han sido repudiadas, a las niñas que han escapado de matrimonios de conveniencia con adultos o viejos… La casuística es amplia. Y el estigma y la amenaza contra Suraya, madre de familia numerosa, alcanza a sus propias hijas, que sufren acoso y burlas, por ejemplo, incluso por parte de sus compañeras de clase.
En Afganistán, además, la oposición a que las mujeres reciban educación vuelve a ser virulenta: casi cien niñas entre doce y dieciocho años fueron envenenadas químicamente hace pocas fechas. Es una manera de aterrorizar para que las familias consideren si vale la pena arriesgarse a que las niñas estudien.
En Pakistán está ocurriendo algo parecido. De hecho, Malala que ahora tiene dieciséis años, comenzó a escribir en urdu, hace cuatro años, en el Noroeste de Pakistán, y contaba el día a día de las niñas, incluyendo el cierre de escuelas. Cuando recibió un premio nacional, la amenaza comenzó a cernirse de forma más intensa contra ella, y el 9 de octubre de 2012 un fanático le pegó dos tiros que alcanzaron su cuello y espalda. Fue en la puerta de la escuela.
Salvó la vida y vive ahora fuera de Afganistán, por la amenaza. Para millones de personas es un símbolo de la lucha por la educación de las niñas y contra la intolerancia, el fanatismo y la libertad de conciencia. Pero no en su aldea. No en su país. El rumor y la maledicencia se ceban contra ella hasta extremos surrealistas. Buscar excusas para la maledicencia es, ya sabemos, especialmente fácil en sociedades tóxicas y que tienen tradición en tolerar algún tipo de fanatismo ideológico o religioso y de violencia añadida a procesos de radicalización fanática.
A Malala le han otorgado el Premio Sajarov, que concede el Parlamento Europeo, y lo ha recogido la prensa internacional, pero apenas ha sido reflejado en su país. Hay una cruzada contra Malala. Ya han anunciado que «gana premios porque trabaja contra el islam» y que la intentarán matar aunque esté fuera de Afganistán. La coherencia tiene extrañas conexiones en los iluminados por estas cosas, así que también critican que no viva ya en su país. Viviendo allí es más cómodo y confortable creer que Suraya o Malala tienen afán de protagonismo y son traidoras. ¿Qué cosas, eh?
MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ, EL CORREO 21/10/13