Tonia Etxarri, EL CORREO, 20/6/12
La macabra coincidencia de la hoja de ruta de las matanzas de ETA, durante todo este tiempo, ha situado en el mismo casillero a las familias de las víctimas del atentado de Hipercor con la familia Puelles, con 22 años de diferencia. Resulta más difícil de lo que parece poner cara y nombre a las víctimas cuando forman parte de una macabra estadística. Porque hasta ayer, muchos ciudadanos no se habían percatado de la fatal casualidad: la banda eligió, hace tres años, el mismo día del atentado de Hipercor para ‘saludar’ la llegada de un lehendakari socialista a Ajuria Enea, como Patxi López, matando al inspector Eduardo Puelles. En el círculo infernal que abarca estos 25 años, ha quedado atrapado el dolor de quienes perdieron a sus seres queridos en colisión con el inmovilismo de la izquierda abertzale. Porque esa parte de la sociedad vasca que ha apoyado y justificado los crímenes de ETA no ha avanzado todo lo que aparenta. Son los adalides de la defensa de los «tiempos nuevos» y dan clases de democracia, sí, pero siguen sin renegar de la historia del terrorismo.
ETA ha dejado de matar reservándose la posibilidad de disolverse para manejar su mera existencia como pieza de trueque en negociaciones que el ministro del Interior se esfuerza en rechazar categóricamente, y la izquierda abertzale no le pide «que se vaya» de una vez. Las víctimas de Hipercor llevan un cuarto de siglo sin dejar de sufrir un solo día. Al oír sus testimonios retumban en nuestros oídos sus lamentos que, de tan intensos, parecen relatar su desgracia como si acabara de ocurrir hace tan solo unas horas.
Veinticinco años. ETA ya no mata. Pero sigue pertrechada entre las bambalinas de este gran teatro político a través de sus socios en las instituciones, cuya misión fundamental es lograr que toda la sociedad olvide por qué causaron tanto desgarro. Y mientras insisten en retocar el relato de la memoria para hablar en salones internacionales, bajo la luz de los focos, de la existencia de dos bandos en Euskadi, ellos pueden votar. Los muertos, no. Y los ciudadanos que tuvieron que salir de su tierra por voluntad ajena, tampoco.
Sobre la ultima iniciativa gubernamental de propiciar encuentros entre las víctimas que lo deseen y los verdugos que mataron a sus familias, se está abriendo otra brecha entre los mismos ciudadanos que ya perdieron a los suyos y ahora resisten por no perder su historia. El «actual clima político y social», como se le viene denominando al manto anestésico que cubre cualquier brote de digna rebeldía, facilita esos encuentros. Pero quienes los rechazaron no están pidiendo venganza. consuelo Ordóñez se entrevistará con quien mató a su hermano porque quiere comprobar si está arrepentido o se trata de una farsa. La familia Puelles, sin embargo, no quiere ni ver al asesino del inspector. Está persuadida de que estos encuentros benefician al preso que busca redimir sus penas. Y no piensan prestarse a hacer ese tipo de favores. Están en su derecho. Y merecen todo el respeto.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 20/6/12