El viraje es la primera demostración de la estrategia de «más izquierda» que desea emprender Sánchez tras haber recuperado el sillón de Ferraz y, como tal, ha puesto de manifiesto la brecha interna que sigue dividiendo al partido.
Una herida que, con la intervención de Podemos, se agrandó: Pablo Iglesias no dudó en celebrar el cambio y darle «la bienvenida», aunque también avisó al nuevo PSOE de que «todavía tiene mucho que demostrar». En las filas socialistas dan por hecho que la formación morada les presionará para rechazar el techo de gasto y los objetivos de déficit que se votarán en el Congreso en julio.
Todos los diputados del PSOE asumirán el próximo jueves, cuando se vote en el Pleno la ratificación del tratado, la abstención que ahora propugna Sánchez, pero ello no impide que muchos expresen su malestar con una decisión que, dicen, les aleja del «consenso europeo», les aproxima a «populistas y extremistas» y perjudica a las pymes y a las exportaciones españolas.
Ayer, los diputados sanchistas insistían en el Congreso en que el cambio de postura sería motivado previa reflexión y debate en profundidad. Y remitían a la reunión de la Ejecutiva del partido el lunes. Sin embargo, estos razonamientos se diluyeron cuando Sánchez se adelantó y trasladó al comisario europeo Moscovici su decisión definitiva de cambiar el sí por la abstención ante el tratado.
Ni Odón Elorza ni Pedro Saura ni Zaida Cantera, entre otros, pudieron argumentar con claridad el cambio de postura, y tampoco supieron explicar cómo podría revertirse el voto a favor que los socialistas españoles en el Parlamento Europeo dieron al CETA.
Se limitaron a asegurar que desde hace tiempo existía en el partido una corriente a la que el tratado suscitaba dudas. Cantera, por su parte, combatió la impresión de «podemización» del PSOE –que creen advertir con claridad en el PP y Cs– con un ataque directo a los populares: «Que dejen de hacer el sinvergüenza, de robar y de levantar el brazo Cara al Sol».
El giro visto desde Estrasburgo y Bruselas suscita problemas que van más allá de la mera refriega en los pasillos del Congreso. Los eurodiputados socialistas españoles se enfrentan al dilema de explicar a sus correligionarios un cambio tan brusco de postura. Ellos votaron a favor del acuerdo en febrero en una sesión difícil, en la que se impuso el sí frente al no de la derecha e izquierda extremas, los eurófobos y los verdes.
Eurodiputados como Ramón Jáuregui, Inmaculada Rodríguez Piñero o Elena Valenciano, e incluso la presidenta del Grupo, Iratxe García, afín a Sánchez, tienen una ardua labor para intentar evitar que el bandazo les reste «credibilidad», como advirtió ayer el portavoz del Gobierno y muchos años europarlamentario, Íñigo Méndez de Vigo.
Valenciano insistió en que el tratado «inaugura un nuevo modelo de acuerdos comerciales donde se introducen muchísimos elementos de garantías de derechos sociales y medioambientales y es un buen ejemplo de cómo hacer las cosas». Una posición idéntica a la defendida en el Congreso por la diputada Soraya Rodríguez.
Tampoco el presidente valenciano, Ximo Puig, se mostró satisfecho porque para su comunidad es clave «bajar barreras comerciales y aranceles». «No sé», dijo, «qué es lo que les ha llevado a tomar esta decisión».