Jorge Martínez Reverte-El País
Para el PP, ya es muy difícil vender a los votantes la idea del garbanzo negro, la del pecador individual
La caída del Partido Popular, que las encuestas aventuran desde hace algún tiempo, se va acelerando porque el PP se ha empeñado en conseguirlo. La corrupción vence a la demoscopia.
Hay una foto que pone los pelos de punta: el Gobierno de José María Aznar de julio de 2002 tenía catorce ministros, de los que doce han sufrido, con el paso de los años, problemas importantes con la justicia. Se han librado Ana Pastor, hoy presidenta del Congreso, y Josep Piqué, empresario y ex de muchas cosas.
El PP aguantaba, pese a todo. Sus expectativas de voto no se veían apenas afectadas por los numerosos casos de corrupción que protagonizaban sus líderes, sobre todo en Valencia y en Madrid.
Pero, casi de golpe, eso ha cambiado. Y esto se puede deber a dos factores muy distintos. La figura penal de la “asociación de malhechores”, que no existe en España, pero sí debe estar en la cabeza de los votantes, produce mucha impresión en Francia. Y aquí, aunque no se vea en las causas penales, se ve que también. En Valencia sobre todo, los dirigentes del PP se han obstinado en caer en manos de la Guardia Civil de muchos en muchos. De modo que ya es muy difícil vender a los votantes la idea del garbanzo negro, la del pecador individual. Los encuestados en España no soportan la delincuencia organizada. Solo los catalanes, que son más ordenados, han aguantado al clan de los Pujol.
El otro factor es el de la orfandad. Los votantes del PP tenían muy claro contra quién había que votar. El PSOE fue por mucho tiempo el partido al que batir. Luego, Podemos, más fácil de vencer gracias a las grandes ocurrencias de sus dirigentes.
Pero les faltaba una alternativa clara en caso de que el partido dejara de ser útil. La derecha española mató a Alianza Popular cuando tuvo al PP.
Y hoy, por fin, está C’s, que ha tardado un tiempo pero ya parece haber concluido su oferta: va a ser un partido de centro, progresivamente escorado al voto de derecha. Y con el punto hortera necesario para dirigirse a las clases medias españolas. Marta Sánchez ha sido la encargada de dárselo.
Frente a la rabiosa xenofobia de Quim Torra, lleno de detalles impresentables, indignos de la exquisita altura de los catalanes del saqueado Liceo, el nuevo españolismo del partido de Rivera bate récords de ser impermeable a los anteriores complejos.
El PP, por fin, puede ser observable por la demoscopia. Tiene una masa crítica suficiente de corruptos. Y tiene sustituto.