Isabel San Sebastián-ABC

El Gobierno hace pinza con Vox contra un PP desnortado. Si nadie lo remedia pronto, tenemos Sánchez para rato

Se engaña quien piense que Pedro Sánchez es un personaje falto de luces. De escrúpulos, sin duda. De principios, también. De currículum, desde luego. De integridad, lo ha demostrado. Pero no de inteligencia o, mejor dicho, de astucia. El presidente es un tipo listo, un narcisista de libro, ambicioso, seguro de sí mismo, carente de límites éticos, audaz y hábil en la elección de asesores cuya estrategia está demostrando tener una eficacia letal. Merced a esos atributos, que la política ha convertido en garantía de éxito, superó una defenestración definitiva para cualquier otro y hoy está instalado en La Moncloa. Hace algunas semanas yo misma habría jurado que su estancia sería breve. La realidad demuestra, no obstante, que cuenta con un plan perfectamente urdido con la finalidad de salvaguardar la poltrona por encima del espíritu de la ley, la coherencia, la verdad y por supuesto España. Dicho de otro modo; que ha venido para quedarse, porque puede que sea malvado, pero dista de ser tonto.

Pensamos ingenuamente que el radicalismo de Pablo Iglesias, unido a su lucha de egos, impediría el acuerdo entre ambos. ¡Error! Nada como tocar moqueta para amansar a la fiera podemita, tremendamente satisfecha de haber culminado al fin su asalto al cielo presupuestario. Confiamos igualmente en que la Constitución supondría un muro infranqueable para las exigencias de sus socios independentistas. Es decir; que acabaría sucumbiendo a la imposibilidad de ceder a ese chantaje, no por falta de voluntad, sino de un camino legal practicable. Nos volvimos a equivocar. Quien maneja los hilos del poder siempre acaba encontrando atajos para sortear la legalidad, y el equipo que dirige los pasos del líder socialista en ese campo hace gala de una creatividad digna de mejor causa. Así, el jefe del Ejecutivo no tendrá que mancharse las manos ni tampoco ensuciar las del Rey con un indulto a los sediciosos, porque la anunciada reforma del Código Penal transformará su delito en poco más que una chiquillada castigada con penas mínimas, de las que los condenados por el Supremo se beneficiarán retrospectivamente. Tampoco supondrá un obstáculo insalvable la mayoría cualificada requerida por la Carta Magna para modificar el Título Preliminar referido al modelo de Estado y la unidad indisoluble de las Nación, porque Sánchez pagará a ERC el precio del referéndum vía reforma del Estatuto de Autonomía catalán, necesitada únicamente de 176 «síes» en el Congreso. No lo apellidarán «de autodeterminación» (o sí, dado el nivel de chulería demostrado en el nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general), pero en la pregunta quedará claro el propósito de la consulta y su efecto político será el mismo si la respuesta es afirmativa. El PNV recibirá sus treinta o treinta mil monedas de plata, las que hagan falta, como viene sucediendo desde antiguo. En cuanto a Bildu, ese otro compañero de viaje al que no se acercaría ningún demócrata bien nacido, ya se le han abonado dos plazos con la expulsión de la Guardia Civil de Navarra y el voto socialista en el Parlamento Europeo favorable a la impunidad de los terroristas de ETA. Falta, de momento, someter del todo a la Justicia, veremos por cuánto tiempo.

Las cosas marchan viento en popa en el campo de la izquierda aliada al separatismo, mientras en el centro-derecha arrecia la pugna por ver quién se queda con los restos del naufragio. El PSOE hace pinza con Vox contra un PP desnortado y Cs está al borde de la desaparición. Si nadie lo remedia pronto, tenemos Sánchez para rato.