Ignacio Camacho-ABC
- El sanchismo es una continua desviación de poder que humilla al Estado ante sus enemigos para apuntalar al Ejecutivo
En la comisión parlamentaria de secretos oficiales no se podrá hablar a partir de ahora de secretos oficiales. Y mucho menos de secretos no oficiales. Ningún responsable -en el pleno sentido de la palabra- de servicios de seguridad que se halle en su sano juicio va a revelar información sensible del Estado ante representantes de partidos que pretenden destruirlo como es el caso de Bildu, en cuya cúpula dirigente se sienta el último jefe de ETA, o de las demás variantes del separatismo. Si se les obliga a comparecer ofrecerán calderilla intrascendente, material de desecho, detritos comunicativos que no puedan poner la integridad de la nación o de sus instituciones en peligro. Las sesiones de ese órgano parlamentario van a convertirse en un simulacro del que poco hay que temer en el sentido de que los grupos antisistema vayan a acceder a datos realmente comprometedores, delicados o susceptibles de caer en malas manos. La gravedad del problema es de otra índole y tiene que ver por un lado con el concepto de la lealtad constitucional de un Gobierno capaz de cualquier concesión con tal de salir de un aprieto, y por el otro con la malversación partidista del papel arbitral de la presidenta del Congreso.De Sánchez ya sabemos que sólo le importa ganar la siguiente votación al precio que sea, aunque signifique poner la tarea de los más arriesgados servidores públicos en almoneda. Se humilla ante el independentismo catalán y el posterrorismo vasco haciéndoles la pelota como el dependiente de la tienda de ‘Pretty woman’, y si eso no funciona está dispuesto a alquilar sus votos a cambio de cualquier cosa: indultos, beneficios penitenciarios, competencias, lo que haga falta para evitar una derrota. Esta vez tenía una fácil alternativa aceptando algunas propuestas razonables de la derecha, simples medidas económicas de reparto de rentas, pero ha preferido abrir a los radicales la puerta (falsa) del control sobre los movimientos reservados de Interior y Defensa. Y Batet ha secundado la empresa modificando por su cuenta y por el procedimiento exprés un consenso establecido hace cuatro décadas. Ha alterado las reglas de juego en un claro ejercicio de desviación de poder y sometido su cargo a la voluntad del Ejecutivo en una procaz demostración de servilismo. Ambos han puesto de manifiesto que consideran la presidencia de las Cortes como un asiento más del Consejo de Ministros. Este enjuague sucio, este obsceno espectáculo de fraude político y quizá jurídico ejemplifica la degradación institucional del sanchismo. Y plantea de la forma más cruda posible la disyuntiva de la fase final de este mandato. Las próximas elecciones ya no van a ser un debate de programas, ni siquiera de proyectos ideológicos, sino una confrontación entre partidarios y enemigos del actual modelo de Estado. Es decir, un plebiscito sobre el futuro del régimen democrático.