Santiago González, EL MUNDO, 12/10/12
Las campañas electorales han cambiado mucho desde que Tulio Quinto Cicerón, el hermano pequeño del más famoso hermano Cicerón, Marco, escribió un ‘Breviario de campaña electoral’, un recetario de mañas, argucias y habilidades que convenientemente puestas en práctica habrían de darle el cargo de cónsul al que aspiraba en el año 64 antes de Cristo. Andreotti, que era un cabrón con pintas, escribía admirativamente, antes de que supiéramos de sus tratos non sanctos con la mafia: Tulio Quinto Cicerón «no pudo imaginarse que su breve tratado pudiese ser leído a más de dos mil años de distancia y resultar extraordinariamente interesante, no sólo como documento histórico y literario, sino también por una especie de imprevisible actualidad en los hechos que describe». Tenía razón Andreotti y sería muy de agradecer que los candidatos de hoy se leyeran atentamente este breviario de ayer. No es que puedan aprender en él mañas nuevas, maneras de mostrar al público votante una sonrisa institucional blanqueada con un dentífrico pagado a riguroso escote por la ciudadanía votante. Tampoco había en la democracia española el atávico prejuicio de creer que la palabra del político dicha en el ágora fuese un hecho político inconmovible, no digamos ya promesa, ese contrato de hierro del elegible con el elector. Tierno Galván, el farsante con más gracia que ha dado la democracia española –y uno de los mejor dotados, literariamente hablando- lo había explicado con notable claridad: «Las promesas electorales son para incumplirlas». Así viene siendo desde siempre y ésta es una de las reglas de oro del funcionamientode la democracia. Los políticos prometen con el alegre desprejuicio de saber que no se les van a pedir cuentas muy estrictas de dichas promesas una vez que los destinatarios de las mismas habían metido la papeleta en la urna. ‘Hasta meter, prometer’, siempre se ha dicho, aunque no estoy completamente seguro de que esta locución esté pensada para trances electorales. Recuerden aquel ‘OTAN, de entrada no’, de Felipe en el 82, que fue para tanta gente el adiós a la inocencia. Después ha sido el no parar. El incumplimiento electoral ha sido un hábito social de los que se llaman «transversales», afectan por igual a todos los partidos. Recuerden la promesa del lehendakari en 2009 de que no gobernaría con el Partido Popular. En lo mismo había incurrido el presidentde la Generalitat al ir al notario para que este diera fe de que no iba a pactar con los populares catalanes. Un brindis al sol, se llama en términos taurinos. El notario podía dar fe de lo que manifestó, no evidentemente de lo que pensaba, ni siquiera de si pensaba. El PP se estrenaba con el aplazamiento de los presupuestos de 2012 para no distraer a sus votantes andaluces y ahora con el de las pensiones para no introducir elementos de distracción en Galicia, Euskadi y Cataluña. Por eso llama la atención la promesa que ha hecho Urkullu de rebajar las cuentas de 2013 en un 10%, ajustarlas a los tiempos de 2007, que ya es retroceder. Luego se compensa, blindaremos de los ajustes Sanidad y Educación, habrá una primera parte de contención y otra de crecimiento y algunos otros buenos propósitos como recuperar la calidad del sistema sanitario, aunque no dice con qué dinero. Pero su anuncio del recorte es una promesa de sangre, sudor y lágrimas. Casi parecía Churchill.
Santiago González, EL MUNDO, 12/10/12