ABC 07/12/13
IGNACIO CAMACHO
· Ojo a las malversaciones oportunistas del nombre de Mandela, a las imposturas hiperbólicas de ciertos enanos morales
Cuidadito con las comparaciones. Los enanos tienen derecho a soñar que son gigantes pero si se comparan con ellos jibarizan su estatura moral. Algunos políticos semianalfabetos tienden a llenarse la boca con frases de Churchill, otros insalvables mediocres se espejan en Kennedy y ciertos lidercillos resentidos tienen tendencia a considerarse herederos de Martin Luther King. Hay sedicentes revolucionarios de alpargata que se creen discípulos del Che Guevara. Últimamente hemos visto a empedernidos camorristas tribales declararse seguidores de Gandhi, y no ha faltado agitadorcillo de barraca dispuesto a elegir como referente de su sectarismo social al mismísimo Cristo. Hasta caricaturas de Moisés se han asomado a la cartelería electoral. Los mitos simbólicos tipo William Wallace tienen mucho predicamento en individuos montaraces, pero cuando éstos se autorreferencian en apóstoles del progreso o la bondad, en personajes reales de dimensiones ciclópeas, cometen una apropiación indebida, una malversación histórica.
La muerte de Nelson Mandela, con su universal conmoción emotiva, proporciona a los aficionados a la impostura una golosa tentación hiperbólica. Ojo a los mandelitas de andar por casa, a los manipuladores de casquería ideológica, a los delincuentes vulgares afanosos de engrandecerse con parangones de relumbrón. Tiéntense la ropa antes de ensuciar la memoria del coloso sudafricano porque para parecerse siquiera de lejos a su ejemplo no basta con estar encerrado en un penal. Eso sólo te acerca al legado de Barrabás.
El ejemplo descomunal de Mandela, el rasgo que lo consolidó como un héroe moral del siglo XX, fue su capacidad de integración. El antiguo activista, que llegó a crear un grupo armado contra el régimen de violencia racista, lideró un formidable proceso de reconciliación nacional que llegó incluso a alejarle de sus correligionarios exaltados, los que preconizaban la sustitución de la dictadura blanca por otra de color inverso. El episodio del campeonato mundial de rugby representa la simbología de este pacto social que el presidente negro quiso escenificar en torno al deporte de los blancos, el más odiado por la comunidad oprimida de la negritud. Su grandeza y su triunfo fueron los de la igualdad y los levantó desde la elegancia y la sonrisa, desde una fortaleza nacida de la moderación, el perdón y la unidad. Sin resentimiento, sin ajustes de cuentas, sin persecuciones ni venganzas para las que la brutalidad sufrida le habría otorgado incluso una coartada.
Así que mucho cuidado con los excesos oportunistas y las imitaciones de atrezzo, con las retóricas pedestres en beneficio de parte, con los saldos grandilocuentes y los redentorismos de rebajas. Antes de manchar el nombre de Mandela algunos charlatanes ventajistas deberían limpiarse la boca. Vaya que la tengan sucia de sangre.