Xavier Vidal-Folch-El País

La aportación del exprimer ministro francés será excelente, regular o mala, veremos; pero despierta pasiones y provoca dimisiones

No gana después de muerto. Pero desarbola rivales antes de empezar. La candidatura a la alcaldía de la capital catalana de Manel Valls, el ex primer ministro francés nacido en Barcelona, aún no es oficial. Faltan minutos. Y ya ha amortizado a varios aspirantes. Incluso ha arrumbado a uno ¡que había sido elegido en primarias!: Alfred Bosch, de Esquerra.

Nadie sabe aún qué proyecto brindará Valls para la metrópoli, ni si sería un buen alcalde. Con lo que conviene esbozar análisis laicos, sobrios, pues ya proliferan los dicterios de los indepes, y los ditirambos de los antisoberanistas.

De momento lo único constatable es que su precalentamiento revoluciona el huracán catalán, ese título de Sandrine Morel (Le Monde), uno de los más sugestivos y valientes entre los dos centenares de libros publicados sobre este lodazal.

El dimicese de Bosch es el primer efecto Valls, que obliga a los demás a buscar candidatos de envergadura, por trayectoria o genealogía. Fue ordenado por Oriol Junqueras desde la prisión. Aunque zahiera a muchos el usufructo del apellido Maragall con que sustituye al despedido, es una decisión trascendente.

Porque eleva la competencia al constatar la obsolescencia de las apuestas irrelevantes; sugiere que el único líder indepe con los pies en el suelo, Junqueras, quiere volver a mandar en la armata Brancaleone; y quiebra el Movimiento Nacional de la Crida que inventó Carles Puigdemont para seguir controlándola: si hay cohesión municipal secesionista será tras el realismo sufriente de Esquerra, no en la estela surrealista del fugitivo.

El segundo efecto Valls, todavía solo indiciario, consiste en desprovincianizar la política catalana. Como es ciudadano francés, será concejal barcelonés en virtud de la —superpuesta— “ciudadanía europea”, aquel logro español en el Tratado de Maastricht que ha permitido a la gaditana Anne Hidalgo ser alcaldesa de la, dicen que cosmopolita, París.

La aportación de Valls será excelente, regular o mala, veremos. Pero despierta pasiones, distintas a la habitual en Cataluña. Mientras Josep Ramoneda le propina ráfagas adjetivas —juguete roto, desahuciado, arrogante, enfadado, autoritario, beligerante contra el soberanismo— en El PAIS del sábado, Rafael Jorba (El Periódico, 16/9) ve en él una oportunidad desde la meritocracia republicana, la seguridad y la laicidad (“defender la ley y el orden es progresista”, deletrea), y un ejemplo de lenguaje no torticero: de parlar clar i català. Al fin personajes y polémicas distintas.