Ignacio Camacho-ABC
- Putin no sólo se va a quedar con el territorio invadido. Acabará instalando en Kiev un gobierno permeable a sus designios
Hay muchas maneras de perder una guerra y Volodímir Zelenski está a punto de conocer varias de ellas. La más convencional es rendirse, cosa que no va a suceder, y luego está el abandono de los aliados, la capitulación disfrazada de acuerdo o la cesión de territorios a cambio de compensaciones de poco o nulo efecto. La negociación sobre Ucrania se esta ventilando ahora en ese terreno, y los indicios sugieren que el país agredido saldrá del trance con un tamaño un poco –o bastante– más pequeño. Pero después de la firma de eso que llamamos paz, al líder de la defensa contra Rusia le espera otra derrota: la pérdida del poder a manos de los mismos compatriotas a quienes acaudilló en un ejemplar ejercicio de resistencia heroica.
La pérdida de todas o la mayoría de las regiones invadidas puede darse por hecha. Es el punto básico para que Putin acceda a sentarse a la mesa y el presidente ucraniano tendrá que aceptarlo por las malas o por las buenas, sin mayor contrapartida que la promesa de ciertas garantías de seguridad de sus nuevas fronteras cuyo cumplimiento dependerá en última instancia del vago compromiso del resto de las naciones europeas. Lo llamarán solución pragmática y es probable que lo sea porque la Alianza Atlántica se ha cansado de sostener la guerra y a la opinión pública occidental, una vez estabilizado el precio de la energía, le da bastante igual la bandera que luzca en el Donbás o en Crimea.
Ese desenlace barruntado, más algunos recientes errores de política interior, dejarán a Zelenski a los pies de los caballos. Su popularidad inicial ya se ha resentido del empantanamiento del frente –como si fuera fácil resistir a una potencia bélica de rango planetario– y su figura ha empezado a suscitar rechazo ciudadano. Cuando acabe el conflicto habrá una parte de la sociedad que le reproche haber cedido y otra fatigada y empobrecida por los costes del sacrificio. Ése será el momento en que a Putin no le será difícil encontrar un candidato títere al que aupar en unas elecciones influidas por su eficaz ejército cibernético. Desde Churchill es sabido que los grandes esfuerzos no siempre encuentran el merecido agradecimiento del pueblo.
Y ésa será también la tercera victoria rusa. La primera ya se ha producido en la inevitable pero vergonzante rehabilitación del autócrata, cuya visita de Estado a Alaska constituye una humillante desautorización del tribunal de La Haya, y la segunda la constituirá la validación internacional del mordisco territorial a Ucrania. Si Zelenski acaba cayendo, aunque sea en legitimidad democrática, tres años largos de combate con muchos miles de muertos apenas habrán servido de nada. Y sólo le quedará el magro consuelo de haber frenado el plan de tomar Kiev en una semana, y quizá una nueva gira en la que los colegas que tanto alentaron su entereza lo despidan con animosas palmaditas en la espalda.