LUIS VENTOSO, ABC – 18/07/14
· No hay nada que haya prevalecido haciéndose más débil.
Yahora hemos llegado a la manifiestitis: cruces de manifiestos entre españoles para intentar alcanzar una solución para la insumisión sentimental y más bien fanática de Mas y Junqueras (que no es el desafío el catalán, como solemos decir hablando mal, porque Cataluña es más grande que sus jefes separatistas y mientras no se demuestre lo contrario, la mayoría de su población quiere seguir en España, aunque truene en TV3). Uno de los manifiestos –Vargas Llosa y cia– advierte a Rajoy que al enemigo ni agua, que no ceda un ápice frente a quienes unilateralmente quieren romper el único Estado que ha existido aquí. El otro manifiesto –progresistas filopesoístas de manual– pide al Gobierno que busque un apaño ofreciendo a los nacionalistas un Estado federal e inflándolos de dinero a costa de otras regiones. ¿Quién tiene razón? La respuesta no es difícil, salvo aquí, donde el sentido común empieza a convertirse en una excentricidad.
Ninguna empresa humana ha progresado cuando sus promotores se han hecho más débiles, o cuando han perdido la fe. Roma se fue a pique cuando se relajó en la molicie opulenta y extravió sus valores. La historia de la economía está llena de empresas locales que no supieron renovarse y crecer y fueron arrolladas. Lo mismo reza con las naciones: ¿conocen algún gran país que se haya sostenido en el tiempo y haya progresado renunciando a su propio poder y cuestionando su propia existencia? No lo hay.
A veces lo olvidamos: la extrema pasión por la independencia de Cataluña no tiene ni cuatro años y ha sido fomentada desde arriba por el Gobierno nacionalista de Mas, quien abrazó el catecismo rupturista tras despeñarse en las urnas y lo fomenta con propaganda que paga con nuestros impuestos (los de los catalanes y los de todos los españoles, pues la Generalitat ha sido rescatada de facto por el Estado). Frente a un reto así, lo que hace un país serio, como es –o se supone que era– España, es afianzarse en sus leyes democráticas y en su orgullo nacional (patriotismo, que le llaman en lugares tan frikis como Francia o Estados Unidos).
Es decir: confiar en sus principios, defenderlos sin ambages y con absoluta convicción. ¿Pero cuál es la solución según el naíf manifiesto de la inteligencia filopesoísta? Pues plantarse de hinojos ante el paladín local que quiere destruirnos, concederle que tiene parte de razón y agasajarlo con oro, incienso y mirra, a ver si el hombre se aplaca y España, una nación milenaria, puede seguir existiendo 25 añitos más. ¿En serio alguien se cree que se puede seducir a un separatista obcecado ofertando que el Senado sea una cámara territorial y que el Estado de las autonomías pase a llamársele Estado federal, cuando de hecho ya lo es? ¿Va a arriar su bandera un personaje como Junqueras, obsesionado por motivos sentimentales con la «liberación nacional», por el hecho de que Rajoy sise dinero a Galicia, Andalucía y Extremadura para primar –¡todavía más!– a Cataluña? Pues claro que no.
Debilitar a España no va a salvarla. Nunca se construyó un Estado socavando sus pilares, aunque así lo rubriquen pensadores como Almudena Grandes y José Luis Cuerda. Muy buenos, sí… Tal vez en lo suyo.
LUIS VENTOSO, ABC – 18/07/14