- Está bien que la derecha rechace la corrupción y la falta de moralidad en la vida pública; es lo que le exige su base social
Ningún socialista va a dimitir por falsificar su currículum. Ni Pilar Bernabé ni Patxi López ni cualquier otro cuyas trampas se puedan descubrir en el futuro. La pretensión de los populares de establecer con el caso de Noelia Núñez un exigente modelo de asunción de responsabilidades en la vida pública está condenado al fracaso y, si me apuran, a la melancolía, porque ningún socialista va a asumir como propios los criterios morales del centro derecha.
Si tienen alguna duda vuelvan a echarle un vistazo al manifiesto de los rancios intelectuales que ya militaban en aquellas campañas del no a la OTAN. Son los mismos de entonces, pero más viejos y más sectarios. A ellos no les preocupa la corrupción ni el desfile de prostitutas ni las reiteradas promesas traicionadas ni la ruptura de la igualdad entre españoles; solo les preocupa que la prensa se atreva a criticar a su querido gobierno o que los jueces no se paralicen ante el «detente bala» que al parecer cuelga del pecho de cualquier buen progresista. Sus corruptos son víctimas de lawfare o garbanzos negros, traidores a la innata bonhomía de la izquierda, mientras que los corruptos de la derecha solo vendrían a confirmar la maldad ontológica e insalvable de esa opción política. Es lo que tiene esa aplastante superioridad moral; pase lo que pase, sea un gobierno corrupto, una dictadura feroz o un «Carlota se enrolla que te cagas», siempre se puede dormir tranquilo y sin problemas de conciencia. Cuando el asunto ya no se puede ignorar, se pone cara de asquito, como Ana Belén en una reciente entrevista, para explicarnos que esos escándalos domésticos son menudencias ante las cosas terribles que pasan en el mundo. A algunos les parecerá un razonamiento pueril pero, curiosamente es el que abrazan quienes presumen de ser intelectuales.
Ello no quiere decir que el PP no haya hecho lo correcto ofreciendo una lección práctica de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace. Ha sido un gesto que sus simpatizantes reclaman y agradecen, porque a diferencia de los firmantes del manifiesto, los votantes de derecha han demostrado en numerosas ocasiones un talante mucho más crítico y exigente hacia sus representantes. Hace un año, ante la imputación de Begoña Gómez y los cinco días de reflexión del presidente enamorado, los periodistas de izquierdas firmaron un manifiesto de apoyo a Sánchez, ahora, ante el escándalo Cerdán, tenemos otro manifiesto casi idéntico al de entonces. Por el contrario, tras la imputación de Cristóbal Montoro, los medios de derechas han competido con la izquierda para ver quien liquidaba con más saña la presunción de inocencia del exministro y sus colaboradores. Solo alguna voz exótica y absolutamente minoritaria se atrevió a denunciar la indefensión ante una investigación secreta durante siete años o la falta de consistencia de las acusaciones conocidas hasta ahora. Incluso ha sido el propio juez quien ha descartado la hipótesis del supuesto uso político del Ministerio de Hacienda con el que algunos ya empezaban a fantasear.
Está bien que la derecha rechace la corrupción y la falta de moralidad en la vida pública; es lo que le exige su base social. Pero no debe engañarse pensando que sus medidas de regeneración y sus estándares éticos vayan a influir en la conducta de sus rivales. Mientras en un lado los escándalos se saldan con dimisiones, en la otra orilla se cuentan por manifiestos de apoyo.