Una de las cosas que más me sorprendió cuando el psicópata de la Moncloa se confesó como un galán enamorado y se tomó cinco días para decidir si seguía o se plantaba, era la torpeza intrínseca de la maniobra. Gracias a la carta de Sánchez a sus adefesios, quienes antes no sabían quién era Begoña Gómez se enteraron de que Begoña era su mujer y que tenía alguna ‘liaison’ no del todo aclarada en asuntos de prevaricación y corrupción.

Ese alter ego suyo que es el homo presapiens Oscar Puente, debió de creer que lo que ellos consideran la primera dama de La Moncloa aún no había alcanzado la notoriedad suficiente y se dispuso a echar una mano. No estaba en su intención, claro, lo suyo fue no calcular los efectos colaterales y previsibles del infundio, bola o bulo que él soltó contra el jefe del estado argentino, al decir que lo había visto en una comparecencia televisiva “y yo dije cuando salió no sé en qué estado y previa a la ingesta o después de la ingesta de qué sustancias” y dedujo: “es imposible que gane las elecciones; ha cavado su fosa”.

La melonada tenía dos inconvenientes: su derrota por los hechos, porque a la hora de roznar era más que evidente que Milei sí había ganado las elecciones. El segundo es el imposible lógico de atribuirle sus presuntas incongruencias al consumo de sustancias alucinógenas previas o posteriores. No puede ser. Las tonterías podrían ser consecuencia de lo que se consume antes de proferirlas, pero nunca de lo que se consume después. Al lado de Puente, Monedero fue un prodigio de sutileza al acusar a Albert Rivera de meterse farlopa  con un gesto: el de llevarse el pulgar a las dos fosas nasales e inspirar levemente. Tuvo que pedirle perdón públicamente para que Rivera retirase la querella.

El Gobierno argentino ha replicado con un comunicado impecable e implacable al recordarle a Sánchez las “acusaciones de corrupción que caen sobre su esposa”. Ojo, lo dice Milei, no yo, que no quiero líos a estas alturas de mayo, mes de venid y vamos todos con flores a porfía.

Sánchez ya tenía muy acreditado que el don descubierto en esta columna de emputecer todo lo que toca no deja al margen las relaciones internacionales. Valgan como ejemplo las que arruinó con Argelia por acoger clandestinamente y bajo identidad falsa a un líder del Polisario, la cesión del Sahara a Marruecos y haber jaleado a Hamás contra Israel, el único Estado democrático de Oriente Medio. Para ello ha tenido algunos ministros irrepetibles, vale decir Arancha González Laya, artífice del camuflaje de Brahim Ghali en un hospital de Logroño, vale decir José Manuel Albares, cuya carita irredimible lo va diciendo por donde va.

Si España fuese un país normal, con un Gobierno normal, presidido por un tipo normal, Oscar Puente no sería ministro. No es que hubiera sido cesado, es que jamás habría llegado a ser nombrado. No es el caso porque el homínido de Valladolid es una prolongación de Sánchez y los dos creen que pueden achantar al Gobierno argentino, como a los periodistas y los jueces españoles. No lo van a conseguir como no van lograr acallar los rumores, o más que rumores sobre las amistades non sanctas de la mujer del presidente. A los periodistas que aún resistimos al sanchismo nos basta con preguntar. ¿Preguntar es ofender? Como decía el clásico. ¿Por casualidad es usted fruta?