Rebeca Argudo-ABC
- Ser víctima, incluso de uno mismo, no convierte a nadie automáticamente en inocente, admirable, decente o irreprochable
Toda victimización implica una culpabilización porque toda víctima precisa de un victimario. Y, en este momento en el que hemos elevado socialmente la condición de víctima a categoría de héroe, independientemente incluso de si lo es o solo se siente como tal, tan importante es lo segundo como lo primero (y, a veces, más). Por eso es tan miserable el uso partidista e ideológico de cualquier tragedia, la instrumentalización inmisericorde que solo busca la rentabilización personalista (ya sea moral, electoral o económica, que de todo hay). Por decirlo de otro modo: toda Juana Rivas precisa un Francesco Arcuri, y siempre habrá cerca un Miguel Lorente o una Irene Montero.
Pero hay ocasiones en que la máxima opera al revés y, sabiendo que es fundamental, para poder culpar, una víctima identificable, el desalmado no dudará en apropiarse de cualquier drama y abusar de él, manoseándolo. Ahí tenemos a Diana Morant y Pilar Bernabé encabezando, consternadas y mohínas a la par que desacomplejadas, el señalamiento a la prensa no afín y a los partidos de la oposición por el intento de suicidio de José María Ángel. José María Ángel, ya les cuento yo si ni siquiera les suena por el nombre, que sería lo normal, es el expresidente del PSOE en la Comunidad Valenciana y excomisionado del Gobierno para la dana. Y es ex porque dimitió tras salir a la luz que había falsificado un título universitario, gracias al cual pudo acceder a un empleo en la función pública. Y es casi desconocido porque duró su nombre en los papeles lo que tardó en renunciar y poco más. Pero ha sido suficiente para que, tanto para Morant como para Bernabé (y para algún que otro alcalde socialista, activistas entusiastas y militantes mediáticos), que la prensa haga su trabajo, e informe de irregularidades que podrían ser constitutivas de delito por parte de un cargo público, es una inaceptable cacería de dramáticas consecuencias. No han dudado en exhibir desprejuiciadamente un hecho trágico para utilizarlo a su conveniencia, obviando que los primeros en señalar y hostigar, en este caso, a alguien por falsear su currículum (que no falsificar un título) fueron precisamente sus compañeros de filas con una diputada del PP. Y también han pasado por alto que algunos de ellos han hecho bandera e idea central, precisamente, del señalamiento hiperbólico y la vituperación exacerbada del oponente (ahí está Óscar López con Isabel Díaz Ayuso o la propia Diana Morant con Carlos Mazón).
Al margen de la deshonestidad de los lamentos públicos asignando responsabilidades y de la doble vara de medir aplicada en la desigual estimación de la malicia de los actos propios y los ajenos (nada nuevo bajo el sol, por otra parte), alguien que sufre hasta el punto de barajar la opción de la autolisis como solución merece compasión. Pero esa compasión es compatible con la responsabilidad debida por sus actos. Se le puede desear una pronta recuperación y también que rinda cuentas. Ser víctima, incluso de uno mismo, no convierte a nadie automáticamente en inocente, admirable, decente o irreprochable. La emoción no suspende el derecho, ya lo siento.