Sólo cuando se ha conseguido instalar la idea de que buscar una salida es una necesidad mayor para los terroristas que para los gobiernos, es cuando ha surgido la duda entre algunos que han sido incondicionales de ETA. Ahora nos dice que el ‘proceso democrático’ al que apela la izquierda abertzale tampoco es un proceso de paz. Es bueno saberlo.
Las políticas antiterroristas desarrolladas por los gobiernos democráticos españoles han puesto el acento en diferentes aspectos en cada momento. Unas veces se ha dado importancia a los intentos de diálogo, otras a la persecución implacable hasta el límite de la legalidad e, incluso, en algún momento, más allá. Lo único que se ha mantenido invariable ha sido la voluntad de facilitar a los terroristas el abandono de la violencia.
Todos los gobiernos, fuera cual fuera su color político, han estado dispuestos a adoptar medidas que pudieran facilitar la renuncia de ETA a las armas. Xabier Arzalluz, en una de sus gráficas expresiones, simbolizó esa actitud en los tiempos del pacto de Lizarra indicando que su partido buscaba facilitar una «pista de aterrizaje» a ETA para dejar la violencia.
Los resultados no han acompañado a tanta disposición generosa por parte de los gobiernos. La política de mano tendida no sólo no ha sido eficaz, sino que ha resultado contraproducente. No hay más que ver las experiencias acumuladas desde la Transición hasta hace apenas tres años. Ni ETA ni su entorno se han desmarcado un milímetro de la violencia en todo ese tiempo. Sólo ahora, muy recientemente, en las filas de Batasuna comienzan a plantearse dudas sobre la utilidad de continuar con el terrorismo, dudas que no se han abierto por la buena disposición del Gobierno, sino por lo contrario, por la aplicación de una estrategia de firmeza encaminada a cerrar todas las expectativas políticas de ETA y su mundo.
Sólo cuando se ha conseguido instalar la idea de que buscar una salida es una necesidad mayor para los terroristas que para los gobiernos, es cuando ha comenzado a abrirse el camino de la duda entre algunos que hasta el presente han sido incondicionales de ETA. Pero la organización terrorista, en este momento, está lejos de plantearse el abandono de las armas. Si se dan determinadas condiciones políticas, puede hacer alguna tregua o algún parón, pero no como primer paso para abandonar la violencia, sino para conseguir un objetivo político.
ETA y Batasuna han hecho del concepto ‘proceso democrático’ el último tótem al que adoran. Para saber lo que opina la banda sobre este proceso basta leerse la ponencia ‘Mugarri’ en la que ETA afirma que «no es un proceso de paz». ETA dijo lo mismo cuando las treguas de 1998 y 2006 y demostró con hechos que no mentía. Ahora nos dice que el ‘proceso democrático’ al que apela la izquierda abertzale tampoco es un proceso de paz. Es bueno saberlo para no equivocarse con el diagnóstico.
Los médicos, cuando un paciente evoluciona satisfactoriamente, suelen recomendar «mantener el tratamiento». La política antiterrorista está funcionando de manera eficiente así que, lo más sensato, es mantener el tratamiento. Sin hacer experimentos y menos cuando se trata de experimentos ya fracasados.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 15/6/2010