Editorial, EL CORREO, 23/9/12
La política vasca no debería contagiarse de la efervescencia catalana
La insistencia del Gobierno de la Generalitat en avanzar hacia la constitución de un Estado propio para Cataluña como garantía última de su soberanía fiscal remueve las bases políticas sobre las que se asentó el Estado autonómico y proyecta hacia Euskadi la idea, siempre equívoca, de que todo es posible. Artur Mas, que tuvo el buen sentido de no acudir a la manifestación independentista del 11 de septiembre por entender que estando al frente de la Generalitat se debía a todos los catalanes, ha convertido en posición institucional lo que hasta entonces no estaba claro ni siquiera en el seno de CiU. Del mismo modo que el nacionalismo convergente se mantuvo a prudente distancia de la peripecia vivida por el ‘plan Ibarretxe’, el nacionalismo vasco no ha mostrado hasta ahora más que una lógica simpatía hacia los propósitos de Mas, tratando sin duda de que los acontecimientos que se produzcan en Cataluña no afecten a los equilibrios partidarios en Euskadi. Pero el desarrollo autonómico ha estado siempre imbuido de pulsiones por emular y a la vez distinguirse de la situación de aquellas comunidades más próximas en cuanto a cota de autogobierno. El objetivo de lograr un sistema de financiación análogo al del País Vasco y Navarra ha calado con facilidad en la opinión pública catalana, especialmente a raíz de la crisis. Eso mismo debería contribuir a que la ciudadanía y la política vasca actúen desde la satisfactoria convicción de hallarse en la cúspide del hecho autonómico, tanto en España como en el conjunto de Europa. Sin embargo la doble pulsión de la emulación y la singularidad tienden a que la política, especialmente la nacionalista, señale sus objetivos no en función de lo que es mejor para una determinada sociedad sino en función de horizontes ideológicos o partidistas. Los partidos vascos deberían realizar un esfuerzo especial para evitar que sus posiciones actuales se vean modificadas cuando menos durante las semanas que restan para los comicios del 21 de octubre. Algo que atañe de manera especial a las formaciones que se mueven en el campo del nacionalismo, de forma que la escalada catalana no induzca una espiral para ver quién es más soberanista en Euskadi y ello desemboque durante la campaña primero y en la legislatura después en una nueva polarización de posturas que nos retrotraiga a los tiempos del ‘plan Ibarretxe’.
Editorial, EL CORREO, 23/9/12