Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Para que el Gobierno no sea culpable, alguien distinto tiene que serlo; no podía ser el PP, que está en la oposición, ni sus presidentes autonómicos, que carecen de competencias en el asunto, así que la rifa les tocó a las compañías eléctricas

«Y a pesar de todo, Sánchez no pierde votos». Esta frase se ha convertido en la conclusión melancólica de multitud de tertulias y columnas de opinión. La mayoría parlamentaria es un guirigay de aprovechateguis, el Gobierno una colección de mediocridades achicharradas y Sánchez un personaje malencarado y divisivo con serios problemas de corrupción en su entorno, pero a pesar de todo el suelo electoral del PSOE se mantiene sólido. Ni el desfile de escándalos ni serios problemas sociales como la vivienda o la precariedad laboral ni la indisimulable pulsión autocrática de este Gobierno parecen hacer mella en su rocosa base electoral.

Los votantes no socialistas han demostrado sobradamente la capacidad de castigar a sus representantes cuando les decepcionan. El chalet de Galapagar acabó con Podemos del mismo modo que los coqueteos de Ciudadanos con la izquierda fulminaron el experimento centrista. También muchos votantes del PP abandonaron el partido en busca de mayor autoafirmación ideológica. Al margen de las causas concretas para cada episodio, ese tipo de comportamiento refleja una racionalidad en el votante: si tú me decepcionas, yo te retiro mi confianza.

Pero eso no sucede con los votantes socialistas, que asumen decepción tras decepción, incoherencia tras incoherencia y fracaso tras fracaso gracias a un sectarismo ciego que ayer explicaba en El Debate Edurne Uriarte: no tenemos luz, pero al menos no gobierna la derecha. Lo mismo les ocurre a sus socios parlamentarios: se están achicharrando por su apoyo a Sánchez, pero al menos no gobierna la derecha.

Ese sectarismo no surge de la nada, ha sido cultivado con mimo y con éxito por Sánchez. Su rueda de prensa del martes pasado, la tercera tras el apagón merece ser estudiada como un manual de la manipulación política. Frente a un problema grave que apunta directamente a la responsabilidad del Gobierno, el presidente nos ofreció un ejercicio escapismo mediante el recurso infalible a la polarización: polarización para crear un enemigo y polarización para buscar una causa ideológica.

Para que el Gobierno no sea culpable, alguien distinto tiene que serlo; no podía ser el PP, que está en la oposición, ni sus presidentes autonómicos, que carecen de competencias en el asunto, así que la rifa les tocó a las compañías eléctricas que con una colección de insidias quedaron señaladas como culpables antes de conocer las causas del apagón. Y luego vino la coartada ideológica, la línea que separa el bien del mal, otro ladrillo de su muro, en este caso, el debate sobre la energía nuclear.

Si algún simpatizante de la izquierda hubiera sentido la razonable tentación de cuestionar la gestión de este Gobierno durante el apagón, ya no puede hacerlo porque sería tanto como renunciar a su fe antinuclear para ponerse del lado de las pérfidas compañías eléctricas, presentadas como unas sacamantecas que ganan miles de millones mientras dejan a España a oscuras.

Así funciona el mecanismo de la polarización. Dejamos de comportarnos como ciudadanos exigentes para convertirnos en feligreses acríticos. Y así son sus consecuencias, no tenemos luz, no tenemos pisos de alquiler, no tenemos trabajos estables, pero sí tenemos políticos que jamás asumen sus responsabilidades.