Ignacio Varela-El Confidencial

  • Ganar y gobernar no es poca cosa. Pero aquí terminan las buenas noticias para el líder del PP en Castilla y León y para su partido. No habrá ‘remake’ del 4 de mayo madrileño

El PP ganará las elecciones del 13 de febrero, claro. Con toda probabilidad, Alfonso Fernández Mañueco gobernará. Con más o menos apreturas, pero se asegurará la presidencia del Gobierno regional hasta 2026 (al contrario de lo que sucede en Madrid, Castilla y León no tendrá que volver a votar en mayo del 23). Para saber eso, no hace falta ninguna encuesta. Además, la jugada de precipitar la convocatoria electoral para pillar a los promotores de la España Vaciada en bragas y sin tiempo para nada probablemente le saldrá bien: hay síntomas de que las candidaturas provincialistas crecerán, pero previsiblemente no será este aún el momento de su explosión electoral.

Ganar y gobernar no es poca cosa. Pero aquí terminan las buenas noticias para el líder del PP en Castilla y León y para su partido. Quienes esperaran asistir el 13 de febrero a un ‘remake’ del 4 de mayo madrileño tendrán que esperar a una mejor ocasión. En la actualidad, el único líder autonómico del PP capaz de competir con las cifras de Isabel Díaz Ayuso en Madrid es Alberto Núñez Feijóo, y ello sin los ribetes de idolatría y fervorina que ella provocó —y que, probablemente, aún conserva—. Ambos fueron capaces de frenar en seco a Vox, cosa que Mañueco no logrará.

La victoria del PP en Castilla y León será funcionarial y rutinaria, como ir a la oficina un lunes por la mañana. De hecho, si el resultado coincidiera con la estimación de la encuesta de IMOP-Insights para El Confidencial (lo que no tiene por qué suceder, porque queda toda la campaña por delante), el 35,7% sería el segundo peor resultado del Partido Popular en esa región en lo que llevamos de siglo. Estaría también por debajo del 37,8% que, según nuestro Observatorio Electoral, obtendría hoy el PP en unas elecciones generales. Si en Madrid Ayuso duplicó el resultado de Pablo Casado, el líder regional del PP en Castilla y León tiene en la actualidad menos tirón electoral que su líder nacional (quien, como es sabido, no goza de una aceptación social arrolladora). 

Hay más noticias inquietantes para el partido previsiblemente ganador de estos comicios. Arrasaría en los municipios pequeños (menos de 10.000 habitantes), pero el PSOE lo superaría claramente en los núcleos urbanos de 10.000 habitantes en adelante. La posición ideológica en la que se sitúan sus votantes es peligrosamente próxima a la de los votantes de Vox. Y en el estratégico punto 5 de la escala ideológica (donde se amalgaman centristas, despolitizados y abstencionistas no confesos), se ve superado por el PSOE… y por Ciudadanos. Nada que ver con el excepcional apoyo transversal que concitó Ayuso en Madrid.

Dado el carácter semianónimo de la mayoría de los líderes que encabezan las candidaturas, IMOP planteó a los entrevistados una elección dicotómica entre los dos únicos candidatos que, además de un nivel aceptable de conocimiento (muy alto en Mañueco, más modesto en Tudanca), tienen probabilidades de alcanzar la presidencia. 

No es que Luis Tudanca sea precisamente un líder de masas, pero le da para superar ligeramente a Mañueco en esa alternativa. Puestos a elegir entre ambos, el 33% preferiría como presidente al popular y el 34,8% al socialista. Ciertamente, Mañueco tiene cifras claramente mayoritarias en el espacio de la derecha (faltaría más): lo prefieren el 92% de los votantes actuales del PP y el 61% de los de Vox. ¿Dónde está el otro 39% de los de Abascal? No apoyando al socialista, claro: el 32% rechaza a ambos y el 4% no responde.

Más grave aún es lo que le sucede a Mañueco con los votantes de Ciudadanos, a los que parece haberse enajenado definitivamente tras echar a patadas a su socio del Gobierno. Los leales de Ciudadanos (los que previsiblemente votarán naranja el 13-F) no quieren saber nada de Mañueco ni de Tudanca. Puestos ante la opción de preferir a uno u otro, el 53% responde que ninguno de los dos, el 8% se niega a responder y el 10% se inclina por el candidato del PSOE, dejando un exiguo 29% que preferiría a Mañueco, qué remedio. 

Los votantes de los partidos provinciales (UPL, Soria ¡Ya!, España Vaciada, etc.) también se inclinan en mayor cantidad por el socialista que por Mañueco, aunque su entusiasmo por uno y otro es menos que templado. 

Una de las razones que explican la severa moderación de las expectativas del PP ante el 13-F está precisamente en el efecto negativo que ha producido en el electorado de Ciudadanos la abrupta ruptura de la coalición. Si Ayuso logró que el 66% de los antiguos votantes naranjas le entregaran su voto y Pablo Casado atraería en unas elecciones generales al 34% de los de Arrimadas, Mañueco apenas logra el trasvase del 23% de quienes en 2019 apoyaron a su exsocio Igea. Es sabido que el motor principal del crecimiento electoral del Partido Popular es su capacidad de absorber masivamente al electorado huérfano de Ciudadanos. Si falla ese motor y además el líder regional no tira como se esperaba, hay que revisar las previsiones a la baja y, como parece suceder en este caso, conformarse con una discreta victoria administrativa en lugar de la triunfal goleada que se cantaba de antemano.

Por si algo faltara, la anticipación de las elecciones ha sido recibida por el público con división de opiniones. Al 38% le ha parecido bien y al 39% mal, con un 23% al que el asunto le trae sin cuidado. Claro que las respuestas difieren según el color político y la aprobación es mayoritaria en la derecha, pero no conviene despreciar el 30% de votantes del PP que muestra su disgusto o no se pronuncia al respecto. Tampoco parece que la fulminante interrupción de la legislatura se haya recibido con euforia. 

Es un clásico en el análisis político que las anticipaciones electorales las carga el diablo. Isabel Díaz Ayuso se la jugó y triunfó por todo la alto, pero la historia está llena de casos en que una convocatoria atropellada, percibida como oportunista o simplemente mal comprendida por el cuerpo social, tuvo efectos contraproducentes. 

El PP tiene una posición electoral confortable en Castilla y León, su victoria no peligra y creo que tiene margen para mejorar en la campaña la estimación que hoy publicamos. Pero quien concibiera esta elección como un nuevo aldabonazo de alcance nacional destinado a revolver de nuevo el mapa político del país, debe serenar su expectativa y esperar a Andalucía, que esa sí tiene aspecto de ser una apuesta mayor.