DAVID GISTAU-EL MUNDO
Este año, mis fascinaciones estivales han oscilado entre Manuel Valls y Gianluca Vacchi, cuyos vídeos hipnóticos no puedo dejar de mirar. Le digo a mi mujer que seamos así en pareja y ella me responde que ya hace tiempo que soy pelotudo a mi manera. Pues…
…quiero serlo a la manera de Vacchi, mira tú, desafiando así la conciencia de finitud en el final de verano alegórico de la edad. De Vacchi sólo me preocupa que parece tener problemas severos de memoria, porque todo se lo apunta en el cuerpo como para no olvidarlo, igual que el personaje de Memento. Con el torso desnudo, parece que pretendía hacer trampa en un examen. Ahora fantaseo con hacer un documental que consista en poner a veranear juntos a Gianluca Vacchi y a Pedro Cuartango para comprobar cuál transforma al otro, si el juerguista mediterráneo e impenitente o el galaico paseador de cementerios y rapsoda de nieblas y melancolías. Ahora, una coreografía en la cubierta de un yate con Vacchi, Cuartango la tendría que hacer, así como Vacchi tendría que ponerse a buscar a Hegel en los huevos fritos.
Lo de Manuel Valls me tiene un poco desconcertado. Lo digo porque jamás supuse que el modo elegido para introducirse en nuestras vidas por este gran desfacedor de entuertos convocado como por cirios petitorios por el constitucionalismo tabarnés fuera a ser la crónica playera y sentimental. En la política municipal, ya veremos. Pero en el ámbito de las socialités, Manuel Valls ya ha encontrado su lugar entre nosotros, desempeñando el papel de galán de la alta burguesía ilustrada, para cuyas salonnières su fichaje es un «superacierto».
Qué dura es la prédica del candidato que trae la palabra verdadera. Mientras atraía portadas gracias a su romance con Susana Gallardo, Valls se ha pasado todo el verano en lugares tan agrestes y desprovistos de oportunidades hedonistas como Menorca y la Costa del Sol, ganando acólitos para la inmensa tarea de salvación que le aguarda en este país incapaz de sanarse por sí mismo. Los 100.000 hijos de San Luis comprimidos en un solo hombre, que ha salido rebotado de todas sus ambiciones políticas como una bola del pinball y que, de fallarle también Tabarnia, al menos tiene ya hecho un nombre para el cuché que lo aboca a peregrinar al Rocío como jinete tocado de sombrero cordobés.
Estoy siendo injusto. En realidad, el verano de Manuel Valls, en vísperas de su anuncio como nueve goleador traído a nuestra liga, va a consagrar la superioridad estética ante Tractoria del hombre que viene a combatirla. Las fealdades lombrosianas de la CUP, de Torra, de Puigdemont, sus espantosas estofas endogámicas y sus tractores, sus voces de gañanes cuando amenazan, sus minifundios en los que flota el mandato del muecín… enfrentados a un James Bond que las vuelve locas y que sabe moverse en Saint-Tropez, a un personaje transfronterizo y sofisticado a quien el mismísimo Paris Match ha considerado un playboy internacional. Lo cual no ha de resultar frívolo. Valls va a terminar pareciéndose a personajes como Fangio, galanes de gomina fuera del circuito, predadores dentro.
Con todo, qué extraña misión aceptará en Barcelona un hombre que se soñó presidente de la República francesa y ha de conformarse con una Ínsula Barataria después de que Macron, ante quien se humilló, le robara cuanto anhelaba ser. Alguien que, habiendo aspirado a ser Francia allí donde se decide el mundo, terminará riñendo a gritos con Ada Colau en una televisión local mientras fuera hay tractores entrando en la ciudad.
Al final, el que sabe gestionar una crisis existencial es Gianluca Vacchi. Llámame, Gianluca, mi mujer no quiere bailar conmigo mientras untamos las tostadas, mira a ver si entre los tatus tienes apuntado mi número.