Después que la política vasca haya estado tan hipotecada por el terror, se avista un escenario para hacer política no sólo como si ETA no existiera, sino como si ETA nunca hubiera existido. Pero, ¿el proyecto político que ha exigido más de ochocientos asesinatos puede ser el proyecto para la sociedad vasca, aunque se defienda ahora sin violencia?
EL SIMPLE paso del tiempo tiene consecuencias en todo y para todos. También cuando se trata de ETA y del nacionalismo vasco. De hecho, el nacionalismo vasco en su conjunto se caracteriza en estos tiempos por los movimientos de recolocación que se observan en su interior ante la posibilidad de que desaparezca uno de sus pilares, ETA. En momentos como éstos es más necesario que nunca tener claro el mapa para saber cómo actuar.
ETA está sometida a un proceso de cambio, sin que cambio signifique que está dispuesta a dar pasos hacia su desaparición. Pero desde que el Estado, con todos sus poderes, decidiera tomar las riendas de la lucha contra ella, nada es igual para ETA, ni para la sociedad vasca y española. ETA está más débil que nunca gracias a la lucha policial, que es una lucha política, porque la actuación policial en un Estado de Derecho es una actuación política.
La frase de que ETA era algo más que sus comandos y sus armas, que ETA era también todo un entorno político y social, incluidas las legitimaciones indirectas del terror, era cierta y sigue siendo cierta. Y por cierta, es preciso constatar que en ese entorno se están produciendo cambios que no ayudan para nada a la fortaleza de ETA.
A pesar de todo ello, lo que sabemos de ETA es que sus militantes intentan desesperadamente atentar. Para demostrar que sigue viva a pesar del cerco policial, para demostrar que sigue teniendo voz en el debate sobre su función para el proyecto político nacionalista radical, para tratar de condicionar ese debate y ponérselo difícil a quienes la quieren dejar en la orilla de la Historia. Asume los resultados del debate de Batasuna, pero se niega a que nadie despida la lucha armada en su nombre, reafirmándose en su necesidad.
En segundo lugar está Batasuna y su debate. Estamos en el momento de los exégetas. Se discute el destinatario de las conclusiones del debate de Batasuna, las novedades que encierra, se pide que extraigan consecuencias incluso quienes, supuestamente, no son los destinatarios primarios del documento, que es ETA, y no todos nosotros, quienes, repito, sí debemos extraer consecuencias.
Subrayan los exégetas el valor de la unilateralidad de las reflexiones, que no sean fruto de una negociación con el Estado, o con los partidos políticos. Lo que debiera ser norma, y es norma para todos los demás, debe ser interpretado como avance en el caso de Batasuna. Se subrayan las frases del documento que dicen que Batasuna apuesta por las vías exclusivamente políticas, las que indican que no hay lugar para la violencia y el terror de ETA. Se subraya que no es el resultado de lo que ETA ha permitido, sino algo que, sin la intervención de ETA, deciden las bases de Batasuna.
Pero no hay que olvidar que cuando hablan de vías exclusivamente políticas hablan también de que el proceso en el que quieren participar se debe producir en ausencia de todo tipo de violencia, incluida, la del Estado. Es decir, hablan de un proceso en el que el Estado de Derecho no existe. Hablan de un proceso sin la injerencia del Estado. Y afirman que es posible que Batasuna haga esta apuesta política porque la lucha armada llevada a cabo hasta ahora ha dado los frutos. Afirman que ahora ya no es necesaria la lucha armada. Y no se puede olvidar que todo este debate se ha producido porque la lucha del Estado contra el terror de ETA ha incluido a todo su entorno, en la medida en que le ha impedido participación política caso de no condenar el terror de ETA. Es decir: la necesidad de participar en la política está en la base de la nueva coyuntura que desaconseja la presencia del terror de ETA. Una postura fruto de la atrición, que no de la contrición. Habrá que analizar si esta posición circunstancial es compatible con la memoria, la justicia y la dignidad debida a los asesinados. En cualquier caso: no es asumible democráticamente una postura política que se proclama heredera de las conquistas logradas gracias a más de ochocientos asesinatos.
En tercer lugar está el nacionalismo, por llamarlo de alguna forma, satélite, surgido bien de una escisión en Batasuna, bien de una escisión en el PNV. Es el nacionalismo que vive del sueño de que a la izquierda del PNV existe un nacionalismo de izquierdas que, en ausencia de ETA, es más amplio que el viejo nacionalismo del PNV. El eslogan con el que se mueven, y que también utiliza como anzuelo Batasuna, es el del polo soberanista, el sueño de la unidad de acción nacionalista frente a todo lo que no es nacionalismo en Euskadi. Es un nacionalismo que probablemente será fagocitado por la izquierda nacionalista radical, que es la que, en su caso, tendría los votos, y, sobre todo, la claridad de ideas y la capacidad de dirigir.
En tercer lugar está el nacionalismo del PNV. Este nacionalismo se encuentra en una situación complicada. Quiere, por un lado, seguir siendo el nacionalismo que lidere en Euskadi. Pero se ha visto desplazado del Gobierno y de la mayoría parlamentaria por la no presencia del nacionalismo de Batasuna. Cree que debe apostar ciegamente por la presencia de este nacionalismo porque sólo así podrá volver al gobierno.
Pero, por otro lado, sabe que en el momento en el que el nacionalismo radical de izquierdas, por desaparición de ETA, esté presente en el juego político, le habrá surgido el adversario definitivo, que no son los constitucionalistas, sino la madera del mismo tronco. Y que pueden presentarse escenarios que no serán de fácil manejo. Puede verse abocado a un escenario en el que ya no le resultará fácil combinar el ejercicio del poder institucional sobre la legitimidad del Estatuto y la Constitución, y afirmar que su proyecto radica en la defensa del derecho de autodeterminación, porque la desaparición de ETA dejará al desnudo su ambigüedad, sin excusas.
El nacionalismo del PNV puede afirmar al mismo tiempo que el concepto de ciudadanía es ajeno al país, a Euskadi, fuente de todos sus males, y que el primer derecho ciudadano radica en poder autodeterminarse como colectivo, olvidando por completo que todas las sociedades políticas democráticas se constituyen por acuerdo, por pacto, por reconocimiento mutuo en las diferencias. Lo que pretende el PNV pone de manifiesto que su concepto de nación sólo es posible dividiendo a la sociedad vasca. Pero no renuncia a ello, y si no entra en el juego del polo soberanista es porque sabe que se puede estar acercando la hora de la verdad para su posición, no por exigencias del Estado, sino desde el interior mismo del mundo nacionalista.
Dos conclusiones se deben extraer de este mapa del nacionalismo vasco. Después de que la política vasca haya estado tan hipotecada por el terror de ETA, parece que ahora todo se apresta a un escenario en el que es posible hacer política no sólo como si ETA no existiera, sino como si ETA nunca hubiera existido. La pregunta es si el proyecto político que ha exigido más de ochocientos asesinatos puede ser el proyecto de futuro para la sociedad vasca, aunque se defienda ahora sin violencia. Si los asesinatos han pasado por el proyecto político que los causó sin romperlo ni mancharlo.
Y la segunda conclusión es que la batalla política no ha terminado para los no nacionalistas. La firmeza ante ETA ha sido necesaria. Seguirá siéndolo mientras no acabe su terror. Pero ahora más que nunca es necesario combatir ideológicamente el nacionalismo que sigue siendo excluyente, y por tanto poco democrático.
Joseba Arregi, EL MUNDO, 1/3/2010