EDITORIAL EL MUNDO 18/03/14
El gobierno ha aprovechado el rechazo unánime de la comunidad internacional a la independencia unilateral e ilegal de Crimea para desacreditar el plan soberanista de Artur Mas. La comparación resulta a todas luces forzada y contraproducente. Primero, porque concede al dislate rupturista de la Generalitat y sus socios coyunturales de ERC y la CUP una trascendencia y una cierta pátina lógica que para sí quisieran los separatistas catalanes. Pero también porque, aunque se pueden establecer comparaciones desde un punto de vista estrictamente legal, los casos de Crimea y de Cataluña no son siquiera remotamente parecidos.
Desde una perspectiva jurídica, el referéndum y la declaración unilateral de independencia de Crimea ha sido y es tan ilegal como lo sería –en caso de seguir Artur Mas con su pulso al Estado– la consulta prevista por el Govern catalán para el día 9 de noviembre. Si embargo, para Cataluña una declaración de independencia sería infinitamente más gravosa de lo que resultará para Crimea su ruptura con Ucrania. Mientras que los crimeos aguardan el socorro económico y la asistencia inmediata de Moscú, la secesión de Cataluña supondría su salida de la UE y del euro, lo que comportaría, para empezar, una caída del 20% de su PIB, según un informe de Exteriores. Parece mentira que Margallo no tuviera en cuenta sus propias estimaciones a la hora de establecer tan caprichosa equiparación.
Rusia se apresuró ayer a pedir que se reconozca la soberanía del nuevo Estado, pero lo cierto es que ninguna potencia europea ni EEUU van a admitir la validez de la parodia democrática del domingo. En este punto, acertó el ministro de Defensa, Pedro Morenés, al recordar que una declaración unilateral de independencia «sería absolutamente inaceptable». Pero el Gobierno yerra en el fondo de la cuestión al establecer paralelismos entre realidades tan absolutamente disímiles. Este equilibrismo teórico sólo puede excitar aún más la mitología de que se nutre la quimera independentista catalana.
Crimea ha formado parte de Rusia hasta hace 60 años. Otra cosa es que haya vulnerado la Carta fundacional de la ONU y el statu quo de Ucrania para huir hacia lo que en torno a un 60% de sus ciudadanos considera la madre patria. Ni que decir que Cataluña no tiene Estado en el que cobijarse más allá de sí misma, en esa especie de Ínsula Barataria rica, sin crisis y sin pobres a la que alude Artur Mas en sus ensoñaciones.
El referéndum en Crimea se ha desarrollado en un clima prebélico y bajo la intimidación de una invasión militar encubierta que ni existe ni existirá en Cataluña. Además, aun sin poder aceptar la validez del resultado de la pantomima del domingo –el 97% de los votantes decidió escindirse de Ucrania y adherirse a Rusia–, en Crimea vive una mayoría social rusófona en modo alguno equiparable numéricamente con los catalanes dispuestos a embarcarse en el proyecto rupturista de Mas. En este punto hay que subrayar que sólo una minoría de los ciudadanos de Cataluña son independentistas y que hay una porción mayoritaria que quiere ser española y catalana. La preocupación del Gobierno por el proceso catalán es lógica y obligada. Pero hay comparaciones que las carga el diablo.
EDITORIAL EL MUNDO 18/03/14