José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El núcleo duro del Gobierno está roto. Sánchez tendrá que hacer una crisis. Hay que «pagar» el error del pacto con EH Bildu, disparada en las encuestas, y el torpe trato a la Guardia Civil. Robles tiene mucho que decir

El pasado 22 de enero la ministra de Defensa, Margarita Robles, no asistió al solemne acto de toma de posesión de la nueva directora general de la Guardia Civil, María Gámez. Se echaron en falta otras presencias de magistrados y fiscales. La ausencia de la titular de Defensa debió alertar sobre las proporciones de la colisión de criterios entre Robles y Grande Marlaska, ministro de Interior. Pero el acto pasó con más pena que gloria. Casi nadie se hizo las preguntas que sugerían la inasistencia de la ministra.

Según la ley orgánica de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de 13 de marzo de 1986, la Guardia Civil tiene una doble dependencia, de Interior y de Defensa, departamentos que «conjuntamente dispondrán de todo lo referente a la selección, perfeccionamiento, armamento, despliegue territorial, y propondrán al Gobierno el nombramiento del titular de la Dirección General de la Guardia Civil» (artículo 14).

Otras dos leyes (de derechos y deberes de los miembros del Cuerpo y sobre su régimen de personal) establecen puntillosamente una red normativa a la que debe ajustarse la Guardia Civil y detallan el sistema de doble dependencia ministerial. Nada en el Instituto Armado se ha dejado al azar o la interpretación. Es difícil localizar una policía de carácter militar más milimétricamente regulada por dos normas orgánicas, otra ordinaria y varios reglamentos.

 El silencio de la directora general de la Guardia Civil durante estos días de tensión y crisis en la cúpula del Instituto Armado, estaría dando la razón a los que suponían que María Gámez no era la sustituta idónea del magistrado Félix Azón. Tampoco ha hecho acto de presencia pública durante todo lo que llevamos de estado de alarma. El puesto le viene grande. Pero la incomparecencia política de Margarita Robles en este episodio de crisis que le concierne de manera tan directa, aumenta la gravedad del caso y convierte la pugna de Grande Marlaska y los mandos superiores de la Guardia Civil en una silente pero muy sería colisión también entre los titulares de Defensa e Interior.

Algo está ocurriendo en el ministerio de Margarita Robles para que ella, de larga trayectoria en cargos políticos (fue subsecretaria del ministerio de Justicia y secretaria de Estado de Seguridad) y judiciales (magistrada de la Sala Tercera del Tribunal Supremo y, antes, vocal del Consejo General del Poder Judicial), haya optado por la invisibilidad en esta crisis que delata un enfrentamiento enconado con su colega.

La ministra de Defensa, con más experiencia en todos los terrenos que Grande Marlaska, de más categoría profesional que él en la magistratura, suponía que, antes o después, y más aún observando el pésimo manejo de la Guardia Civil durante la pandemia con el bochornoso episodio del general José Manuel Santiago, la situación iba a derivar de la peor manera. Y así ha sido. Ella ha dirigido exitosamente la ‘Operación Balmis’ de las Fuerzas Armadas que han coadyuvado en labores asistenciales durante el azote del coronavirus, aunque no sin roces con los cuerpos policiales que también han repercutido en la mala relación entre los titulares de Defensa y Justicia.

Robles debe intervenir necesariamente porque le corresponde ascender al general de división Pablo Salas a teniente general para que ocupe el cargo de Director Adjunto Operativo (DAO) de la Guardia Civil, tras la dimisión de Laurentino Ceña y el cese fulminante del también teniente general y número tres del Instituto Armado, Fernando Santafé, los dos en total desacuerdo con la destitución del coronel Pérez de los Cobos.

Las diferencias mayúsculas entre colegas se dirimirán en privado y bajo el arbitraje del presidente del Gobierno. Los dos departamentos son de Estado y ambos han sido delegados en la autoridad única en estos meses de emergencia. De momento, Margarita Robles utiliza el silencio crítico porque sus palabras no mejorarían el reproche implícito a Grande Marlaska y porque la magistrada sigue el consejo shakespeariano según el cual es preferible reinar sobre la discreción que esclavizarse con declaraciones públicas.

Los enfrentamientos entre ministros están a la orden del día. Pero dos choques se sobreponen a otros: el de Iglesias con Calviño y Montero y el de Robles con Grande-Marlaska. O sea, el núcleo duro del Ejecutivo está roto. La crisis del pacto con los abertzales radicales ha disparado sus expectativas electorales para el 12 de julio (Metroscopia pronostica que pasarán de 17 a 21 escaños de los 75 del Parlamento Vasco que registrará, con los 30 atribuidos al PNV, una mayoría nacionalista histórica del 64% de los votos) y la que protagoniza Interior con la Guardia Civil y Defensa, están desarbolando al Gabinete.

Pedro Sánchez tendrá que renovar el Consejo de Ministros antes de encarar los Presupuestos que absorberán la condicionalidad de las ayudas europeas y normalizar la situación en un Cuerpo policial de carácter militar integrado por 78.469 efectivos. Y para enfrentarse a tamaño desafío tendrá que hacer un descarte entre el amateurismo y la experiencia, entre la moderación y la radicalidad. Mientras, esperemos a que se proyecte luz sobre el silencio elocuente de Margarita Robles que es el punto ciego de la peor crisis de la Guardia Civil y de la de un equipo gubernamental ya sin horizonte de continuidad.