Mari Luz Bellido en la memoria

Mari Luz Bellido era la esposa de Agustin Ibarrola y tenía 87 años a la hora de su muerte. Ella era una pintora que renunció para servir en cuerpo y alma la carrera de Agustín y atender a sus necesidades materiales. Ella era la voz que respondía siempre al teléfono, la agenda del pintor, su secretaria, amiga y confidente, además de su mujer. Era generosa, amable y maternal, lo digo en sentido estricto, en lo que me toca. Cuando yo escribía mis primeras columnas en Tribuna Vasca, estas iban acompañada por dibujos de José Ibarrola, su hijo y esta relación le parecía a ella un vínculo de familia. «Es que para mí eres como un hijo más», me dijo un día en la barra del Iruña, con la misma sencillez con la que había pedido el café.

Agustín fue detenido y condenado a 9 años de prisión en un Consejo de Guerra presidido por el célebre coronel Aymaren Burgos en 1962. Ocuparon el banquillo junto a él otros militantes del PCE: su hermano, José Mª Ibarrola, Ramón Ormazábal, Enrique Múgica, Vidal de Nicolás, Antonio Pericás, María Dapena y otros. Mari Luz, que ya tenía a su primer hijo, organizaba las excursiones de los familiares para visitar a sus maridos presos en la cárcel de Burgos durante los tres años que estuvo encarcelado.

Las excursiones al bosque de Oma, gran intervención del hombre en la naturaleza, se remataban para los amigos con una cazuela de marmitako y su célebre arroz con leche. Los Ibarrola han estado presentes en toda movilización que se haya hecho por las libertades, por el civismo y contra la violencia (Aquí, abajo, puede vérseles en un aniversario de Joseba Pagaza, en el monumento del artista a la víctima en Andoain, junto a Pilar Ruiz, Estibaliz Garmendia, Maite Pagaza y Fernando Savater) y en toda presentación de libros que con tales fines se realizara en Bilbao.

En 1993, se hizo a Agustín Ibarrola un homenaje en el hotel Ercilla, en el que Pedro López Merino, médico y socialista de una época en la que tal condición no implicaba deshonra hizo una intervención que retrató con fidelidad el signo de los tiempos y el carácter de la familia: A finales de los años sesenta, Pedro fue al caserío de Oma porque los niños de los Ibarrola, José e Irrintxi, padecían alguna afección gripal. Al llegar, se sentó a hablar con Agustín de política y de libertad y así les dieron las tantas. Hasta que a la hora de marchar, le decía Mariluz, vínculo de Agustín con el mundo de lo real: «Pero Pedro, ¿no me vas a recetar nada para los niños?»