Jorge Bustos-El Mundo
Han linchado a María Rey por decir Franco en vez de Napoleón a propósito del 2 de mayo. Hay que reconocer que hemos progresado mucho y ya no te fusilan con nocturnidad al pie de la montaña de Príncipe Pío, pero los que disparan siguen haciéndolo embozados, hurtando el rostro como los pintó Goya para vaticinar que el horror moderno sería industrial y anónimo como lo es la trolería tuitera. Si las redes entrañan un peligro totalitario no es por el grado de violencia sino por la imposibilidad de identificar a sus responsables. Por eso Eichmann en Jerusalén parecía un probo funcionario, una pieza desalmada en un engranaje automático. El fin de la responsabilidad individual es el fin de la civilización.
El tuitero que disfruta haciendo escarnio representa un tipo humano despreciable, pero tan viejo como el público festivo que madrugaba para coger sitio en la plaza donde esa mañana se programaba ejecución y al día siguiente mercado de abastos. La pulsión punitiva, el deseo de castigar al otro –especialmente si el castigado es más famoso que el castigador– supone la oportunidad de aliviar algo la propia irrelevancia mediante el desahogo de un narcisismo imbécil, porque hay que ser imbécil para creer que María Rey ignora de verdad que Franco no existía en 1808. Los trols–salvo los más estólidos– sabían bien que se trataba de un lapsus, pero reconocerlo y contenerse les habría arruinado el goce del ajuste de cuentas ideológico aprovechando que la memoria histórica pasaba por el Manzanares. Otras veces las balas provienen de la trinchera opuesta, la que se presume faro del progreso y resulta más cruel porque a la vesania une la superioridad moral, lo que bloquea cualquier remordimiento. Y así, por el mísero placer de unos parafílicos escondidos, estamos poniendo perdida el ágora del siglo XXI que se suponía que era internet.
Uno ya acumula cierta experiencia en linchamientos ideológicos. Los tengo colgados en el salón por donde paseo a las visitas: «Este me lo enviaron las juventudes de IU, este otro es una delicada manufactura de votantes de Vox, aquí tienes una pieza con valor sentimental: proviene de cuentas oficiosas del Gobierno que yo mismo pago con mis impuestos…». El museo va creciendo y al término de mi carrera ya podré abrir una sucursal en Málaga, que es la nueva meca del arte contemporáneo. Confío en los préstamos de la colección Rubén Amón, que empieza a convertirse en el Archer Huntington del escrache bizarro. Pero si de lo que se trata es de conservar la ética y no la estética, algún día tendremos que plantearnos acabar con el anonimato en las redes, aunque se les joda el negocio a Zuckerberg y compañía. Una democracia de fusileros cobardes no es una democracia.