Si aceptáramos que es la defensa de los principios lo que distingue al que no es político de quien sí lo es, como mis amigos arguyen, a ver quién decide cuáles son los principios que sirven de medida.
La última reunión informal y veraniega que nos congregó a compañeros y amigos de la Fundación para la Libertad planteó un jugoso debate sobre la profesión política. A partir de la historia de María San Gil y sus últimas vicisitudes en política. Como ocurre cada vez que la política profesional es sometida a discusión, mi posición quedó en rotunda minoría.
Y es que la explicación del comportamiento de María San Gil en los prolegómenos del congreso del PP se encuentra, según mis amigos, en el hecho de que María no es una política. ¿Queréis decir, quizá, que se ha comportado como una torpe política en esa crisis? Por supuesto que no, replicaron mis amigos. Lo que queremos decir es que ha actuado según sus principios, a que no ha hecho cálculos de interés, a que no se ha aferrado al poder, a que ha primado su compromiso.
En otras palabras, que mis amigos, al igual que la mayoría de los españoles, tienen un concepto digamos que muy poco elevado de la profesión política. Ser político es tener pocos escrúpulos, hacer cálculos de poder en lugar de defender los principios, perder criterio propio a favor de la organización y moverse por intereses egoístas y no altruistas.
Con muy poco éxito, planteé a mis amigos lo que considero las dos contradicciones de su posición. La primera, que la política como profesión deja de existir. Y se convierte, exclusivamente, en una posición ética. En una posición ética indeseable, claro está. Desde ese punto de vista, sería indiferente que María San Gil, como otros muchos que yo considero políticos, es decir, personas dedicadas profesionalmente a la política, haya ejercido en exclusiva la actividad política desde hace 13 años, desde 1995. A lo que habría que añadir la introducción profesional de los cuatro años previos en una posición administrativa de confianza política. Es decir, toda su vida profesional, puesto que, si mi memoria no me engaña, nació en 1965.
Lo anterior podría llevarnos igualmente a la consideración de que uno deja de ser abogado, por ejemplo, cuando se pone por montera sus principios sobre el bien y el mal y manda a paseo a su despacho para evitar la defensa de algún tipo de esos que huele a criminal a distancia. O deja de ser profesor, cuando decide ser coherente con lo visto en las clases y manda igualmente a paseo a su escuela por permitir pasar de curso a tanto ignorante e indocumentado.
Siempre que estemos de acuerdo con los principios buenos y los malos, claro está, o el compromiso del ciudadano decente y el del político que no lo es tanto. He aquí la segunda contradicción. Si aceptáramos que es la defensa de los principios lo que distingue al que no es político de quien sí lo es, como mis amigos arguyen, a ver quién decide cuáles son los principios que sirven de medida.
Si uno repasa la biografía de los políticos españoles, y continuo con mi propia definición, la biografía de aquellas personas que han dedicado la mayor parte de su vida profesional a la política, se encontrará, en la mayoría de los casos, con un compromiso activo que data de la juventud y con una defensa apasionada de los principios. En María San Gil como en otros situados en posiciones políticas muy diferentes. Leire Pajín, por ejemplo, activista política desde que tiene uso de razón y afiliada a las Juventudes Socialistas antes de la mayoría de edad. Comprometida con sus ideas y apasionada con sus principios. O, en otra generación, el propio José Luis Rodríguez Zapatero, un ejemplo de libro de político profesional. Y no menos comprometido con los principios que los demás. Los suyos, por supuesto, los de la izquierda.
Como he constatado más arriba, mi discurso sobre las dos contradicciones no tuvo efecto alguno en aquella mesa. La política profesional salió de allí como había entrado. Hecha unos zorros. Con lo que nada de extraño tiene que entre los 2.000 niños a los que la Fundación Adecco preguntó por lo que querían ser de mayor, sólo uno, sí, han leído bien, uno, afirmó que político, presidente, por más señas. Propongo a los diputados del Congreso que le hagan un homenaje, incluso un monumento. Prometo asistir como público, aunque reconozco no estar en condiciones de asegurar que haya una sola persona más entre la concurrencia.
Edurne Uriarte, ABC, 16/8/2008