Entrevista a MARÍA SAN GIL, EL CORREO – 18/01/15
· María San Gil, que comía con Ordóñez cuando fue asesinado por ETA hace veinte años, recuerda a su «amigo y compañero» en el PP.
23 de enero de 1995. ETA asesina de un tiro en la nuca al presidente del PP de Gipuzkoa, Gregorio Ordóñez, mientras come en un bar de la Parte Vieja de San Sebastián. Han pasado veinte años de un asesinato que marcó un antes y un después en las filas populares. «Muchos dieron un paso al frente después de ese día». «Se lo debíamos». Entre ellos, la que habla: María San Gil. «Compañera y, ante todo, amiga» de la víctima, y una las personas que se encontraba con Gregorio en el momento en el que los terroristas le arrebataron la vida.
Alejada de los focos de la política, de la que ya solo habla «en privado», San Gil recuerda las horas previas al atentado. «Era un lunes de una vorágine de trabajo tremenda», relata. La resaca del Día de San Sebastián –20 de enero– seguía en el aire y Euskadi estaba en puertas de celebrar unas elecciones municipales y forales. «Gregorio estaba muy ilusionado, afrontaba los comicios con muchas ganas porque esperaba un resultado muy bueno», señala. Pero el «ambiente también estaba un poco tenso». ETA acababa de asesinar al sargento de la Guardia Municipal de San Sebastián Alfonso Morcillo. San Gil trabajaba por entonces como asesora de la víctima, teniente de alcalde y concejal de Urbanismo del Ayuntamiento donostiarra.
– ¿Cómo era el día a día con Gregorio Ordóñez?
– Cuando empecé a trabajar con él me dijeron: ‘Tú llega a las nueve’. Pero terminé yendo a las siete y media de la mañana porque no había manera de sacar adelante el volumen de trabajo de Gregorio. Él llegaba el primero al Ayuntamiento, a las siete, y media hora después ya tenía mi mesa repleta de papeles. Podía tener treinta ‘post it’ con encargos suyos. Eso sí, ninguno en el que no pusiera un ‘gracias’. Era muy exigente consigo mismo, lo que hacía complicado estar a su altura, pero siempre valoraba mucho lo que hacían los demás. Era un gran jefe porque hacía a todo el equipo que sacáramos lo mejor de nosotros.
Para María San Gil, Gregorio Ordóñez se comportaba «igual de político que de persona». «Y era –describe– buena persona, muy trabajador, vehemente». «Nunca fue políticamente correcto. Defendió todo en lo que creía con fuerza y sin ponerse de perfil. Tenía una vocación de servicio como yo no he vuelto a ver en ningún político. Si algo tenía claro es que ser político era un privilegio, y que estaba en ello para servir y no para servirse», subraya.
– No todo sería trabajo…
– No, no. Los viernes, por ejemplo, nos íbamos de cena. ¡Y era el que más bailaba! Si le viera bailar en el vídeo de mi boda… Le conocían en cada sitio al que íbamos y todos le paraban. Trabajaba como el que más, pero disfrutaba de la vida. También le encantaba el ciclismo. Recuerdo que en la época del Tour solíamos ir al club Náutico –un local situado en plena bahía de La Concha– a ver las etapas. Aunque de andar en bici, poco. Tenía una tripita… Solíamos decirle que se tenía que poner a régimen, pero es que comíamos de pintxos…
Aquel fatídico 23 de enero, la víctima y sus compañeros en el Consistorio donostiarra María San Gil y Enrique Villar eligieron el bar La Cepa de la Parte Vieja para «picar algo rápido». «Nada de primer plato, segundo y postre. Solíamos comer en un bar del Boulevard o allí porque los camareros eran agradables y nos pillaba a cinco minutos del despacho». A Ordóñez le gustaba comer en la Parte Vieja, su calle preferida era 31 de agosto, y siempre iba sin escolta.
«Tres pintxos rápidos: Ensaladilla, croquetas y merluza frita. No íbamos ni al comedor, nos poníamos junto a la barra, en unas mesas de madera con taburetes», narra San Gil. El día del atentado no estaban solos. Les acompañaba una chica que nada tenía que ver con el partido y con la que les unía una curiosa historia. «Con cresta y zapatos de punta de acero», era la encargada de un ‘gazteleku’ en el que se celebraban conciertos y que Ordóñez, como concejal de Urbanismo, había clausurado por superar los niveles de ruido. «Ella arregló todo lo de los decibelios y, como sabía que no solíamos tener tiempo para comer, un día nos trajo una bandeja de banderillas», revela San Gil. Gregorio le agradeció el gesto y le dijo que la próxima invitaba él. «Y fue justo el día del atentado…», lamenta.
– Usted aseguró en la Audiencia Nacional que no era capaz de recordar el rostro del etarra que disparó el arma. ¿Cómo vivió aquel instante?
– No le vi ni entrar. Lo que vi fue la pistola ya en la cabeza de Gregorio, que tenía un pelo muy peculiar… Tengo esa imagen grabada. Pensé: Vaya broma más macabra. No recuerdo el ruido ni su cara. Pero sí, en cuestión de una milésima de segundo, el rostro de Gregorio desfigurándose. Yo, que soy más bien cobarde, salí corriendo detrás del pistolero. Fue algo que haces por instinto, quería decirle: ¡Pero tú qué te has creído para disponer de la vida de nadie!. Era rabia. Había empezado a llover y en la salida, el bar tenía un escalón. El etarra se resbaló y se cayó. En ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo y regresé para dentro. Me dije: Este se da la vuelta y le da lo mismo…
La escena era dantesca. Nada se pudo hacer por salvar la vida del dirigente del PP, de 37 años y padre de un niño de apenas un año. «Nuestra preocupación era cómo contárselo a Ana –su viuda–. Empezamos a llamarla, pero el teléfono se cortaba. Al final, fuimos a su casa en un coche de la Policía Municipal y en sentido contrario. Ya se lo habían dicho. Estábamos allí y era como si no nos lo creyéramos. No sentíamos ni pena ni dolor, no éramos conscientes de lo que había ocurrido… Era como una película de terror», evoca. Pasados unos meses, San Gil regresó al bar La Cepa. «Quería dar un abrazo a los camareros, con los que teníamos buena relación. Fue complicado, la verdad, pero no quería tener fantasmas en mi vida», explica. Desde entonces no ha vuelto.
Tanto Ana Iribar como la hermana de la víctima, Consuelo Ordóñez, abandonarían Euskadi años después del atentado como consecuencia del clima de intimidación que padecieron. En enero de 2007, la tumba de Gregorio fue profanada por dos chavales de catorce años. El juez central de Menores, José Luis de Castro, condenó a los adolescentes a realizar setenta horas de trabajo en favor de la comunidad como autores confesos de un delito de menosprecio y humillación a las víctimas del terrorismo.
«Tenerlos bien puestos»
En diciembre de 2006, el terrorista Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, fue condenado a treinta años de prisión por el asesinato de Gregorio Ordóñez. Nueve años antes, la Audiencia Nacional sentenció a Valentín Lasarte a cumplir la misma pena por el delito de cooperador necesario. «Me gustaría dormir un día tranquila pensando que Goyo –como llamaban a la víctima de manera cariñosa– va a poder descansar en paz y así podré dar una respuesta sincera a mi hijo. Quiero que se haga justicia en mayúsculas, es decir, que cumpla su condena», manifestó su viuda en vísperas del juicio contra ‘Txapote’.
El presidente del PP de Gipuzkoa fue el primer político muerto a manos de ETA desde que en 1984 la banda acabara con la vida del socialista Enrique Casas. «Por eso nos cogió a todos por sorpresa. Por eso y porque era una persona muy querida. A Begoña Garmendia, que era la portavoz de HB en el Ayuntamiento de San Sebastián, la echaron de la formación por lamentar el asesinato, evoca. «Debo manifestar mi total desacuerdo y mi más firme rechazo a este acto. A los adversarios políticos hay que combatirlos con armas políticas», dijo entonces, visiblemente emocionada, Garmendia. «Mira que le decía perrerías Gregorio a ella y a los nacionalistas. Había que tenerlos bien puestos para señalar en el 95 al PNV», señala María San Gil.
– El atentado produjo un cambio radical en la dirección de su carrera política.
– Cierto. No me hubiera metido nunca en política. Gregorio me comentaba: ‘Tú vas a ser concejal’. Yo siempre le respondía que no, que dónde iba a encontrar él a alguien como yo para formar equipo. Ser concejal no me interesaba, de verdad. Pero cuando le mataron, Jaime (Mayor Oreja) me dijo: ‘Me gustaría contar contigo’. Entonces pensé: Encima que le han matado, ¿no vamos a dar la cara?
«Mucha gente dio el paso tras el 23 de enero», se congratula San Gil. «Era la forma de responder a ETA, de decirle ‘habéis matado al mejor de nosotros, pero entre todos vamos a intentar cubrir una milésima parte de lo que él hacía’. Era lo mínimo que podíamos hacer. ¡Lo habían matado por defender la libertad y la democracia!», expresa. Concejal en San Sebastián, parlamentaria vasca y, en 2005, relevaría a Mayor Oreja en la presidencia del PP de Euskadi. Tres años después, y tras superar un cáncer de mama, María San Gil abandonaría definitivamente la política por diferencias de criterio con algunos de sus compañeros de partido y con Mariano Rajoy. Una ruptura –aunque sigue siendo afiliada del PP– sobre la que prefiere no pronunciarse.
La exdirigente popular ha sido uno de los rostros fijos en la ofrenda floral que cada año la familia dedica a la memoria de Gregorio Ordóñez en el cementerio donostiarra de Polloe, en el que descansan sus restos. Pero no solo visita su tumba cada enero. «Cuando acudo a un entierro, siempre suelo pasarme por la tumba de mi padre y por la de Gregorio», revela. El viernes se cumplirán veinte años desde que ETA acabara con la vida de «su amigo», que asegura ve reflejado en su hermana, Consuelo Ordóñez. «Es una fuerza de la naturaleza, son igualitos», apunta. Si echa la vista atrás, no puede evitar lamentar que Gregorio «no pueda ver el hijo tan fantástico que tiene o que no haya conocido a los míos –tiene dos hijos de 17 y 15 años–. Eso es lo que me da pena», apostilla. Como político, lo tiene claro: «Era un punto y aparte, de esos que sale uno en mil años. Único. Por eso le mataron».
Entrevista a MARÍA SAN GIL, EL CORREO – 18/01/15