Está en marcha una campaña para rehabilitar a Jordi Pujol i Soley, el padre del movimiento independentista catalán que un día de julio de 2014 compareció para reconocer que mantenía una fortuna escondida en un banco andorrano y que había defraudado al fisco. La admisión en un juzgado de Madrid de una querella interpuesta por Sandro Rosell, ex presidente del Barça, contra la llamada «policía patriótica» (que aquí llamaremos merecidamente «policía golfa»), responsable de su ingreso en prisión durante 21 meses por una supuesta denuncia de la que resultaría finalmente absuelto, ha dado pie a que una serie de catalanes perjudicados por iniciativas policiales de la misma índole se haya animado a subirse al carro de Rosell en lo que ha venido a llamarse “operación Cataluña”, o la denuncia de un supuesto montaje diseñado por el Gobierno central -y ejecutado por la misma chapucera policía-, destinado a desacreditar a un independentismo ya metido de hoz y coz en el «procès». Poner en evidencia esa «operación Cataluña» lleva implícito rescatar a Pujol del oprobio de su condición de evasor de capitales y defraudador del fisco, con el punto de mira puesto en un objetivo mucho más ambicioso: redimir al propio independentismo de la vergüenza del fallido golpe de Estado de Octubre de 2017 y dejarlo listo para una nueva aventura, con Don Pujolone, el hombre que en su “Programa 2000” (primeros noventa) trazó la senda del nacionalismo hacia la tierra prometida de la independencia, en el panteón de los héroes de la patria. Catalana, claro está. Porque sin mito no hay mística; sin apóstol no hay Iglesia.
Mucha gente catalana ha presentado querella, hasta el punto de que ahora mismo se instruyen 7 denuncias en otros tantos juzgados de Madrid, pero nadie ha tirado de la manta, nadie ha denunciado fuera de Cataluña, nadie en el universo del Madrid político se ha rebelado contra esa «policía golfa» que tiene en Villarejo su máxima expresión, a pesar de que esas “cloacas policiales”, el virus que casi desde el principio (Villarejo ha trabajado con 10 ministros del Interior de PSOE y PP) de la transición ha infectado nuestra democracia hasta pudrirla, han causado graves daños a muy diversa gente. Ocurre que Cataluña es apenas una rama del gran árbol de la corrupción de un sistema que ha tenido en esa policía su agente cancerígeno más invasivo, árbol en cuyo tronco es hora de ir colocando a uno de los grandes responsables del desaguisado español, Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno desde finales de 2011 hasta el 1 de junio de 2018. Un personaje que supuestamente utilizó a la «policía golfa» no solo contra el independentismo catalán –y lo hizo de la manera menos profesional, más chapucera posible- sino también contra sus enemigos internos en el Partido Popular, aquellos que conspiraban –o eso creía- contra él o no le rendían la debida pleitesía.
Este miércoles, en una entrevista en Catalunya Ràdio, Artur Mas apuntaba a Rajoy como el jefe de la «policía golfa», un grupo que es mucho más que Villarejo, porque son sus policías, sus jueces, sus fiscales, sus abogados, sus periodistas, pero también sus políticos, los mandos policiales, el ministro Jorge Fernández Díaz (JFD) y, en la cúspide del sistema, el aludido. “No me encaja que Fernández Díaz lo hiciera solo. Esto no fue una decisión del ministerio del Interior aislada del gobierno español”. Como ministro del Interior que fue con Aznar, el gallego conoce el paño que guarda esa arca. Tras la derrota electoral de 2004, el candidato elegido a dedo por Aznar se dedica a sestear, sin ningún verdadero interés por alcanzar la presidencia del Gobierno en las generales de 2008. Es muy amigo de Zapatero, cuya política antiterrorista centrada en la lucha contra ETA ha comprado, y se solaza en su condición de jefe de una oposición domesticada con las gabelas anexas, entre ellas la de sumar varios sueldos entre los procedentes del partido y del Congreso. Pero la derrota de 2008 le pone en el brete de tener que irse, al perder la confianza de buena parte de la derecha. El martes 11 de marzo de 2008, dos días después del domingo electoral, el PP reúne a su Comité Ejecutivo en sesión trascendental. El día anterior, Javier Arenas y Mauricio Casals, un hombre clave en la peripecia vital del gallego, se han dedicado a llamar a quienes tienen mando en plaza con un mensaje: “¿Qué vas a hacer? ¿Vas a apoyar a Mariano?» Porque se trataba de dilucidar si Mariano seguía o se iba a la calle. Y a la hora de la verdad todos se rinden, con dos excepciones: el silencio clamoroso de Eduardo Zaplana, su amigo, que es el único que pasa turno de palabra y no le apoya, y el discurso agresivo en contra de Ignacio González, vicepresidente de la CAM, que pugna por el rearme ideológico del partido. Mariano se queda. Aquel día Zaplana y Nacho González firmaron su sentencia de muerte. Allí empezó la caza de brujas contra ellos y muchos más.
Como ministro del Interior que fue con Aznar, el gallego conoce el paño que guarda esa arca. Tras la derrota electoral de 2004, el candidato elegido a dedo por Aznar se dedica a sestear, sin ningún verdadero interés por alcanzar la presidencia del Gobierno en las generales de 2008″
Tres meses después tiene lugar el Congreso de Valencia, al que Mariano llega más débil que nunca. Aznar, con un discurso muy duro, vapulea la pulsión ágrafa de un Rajoy reñido con cualquier compromiso ideológico, y Esperanza Aguirre se postula abiertamente como alternativa para encabezar el partido, aunque la crítica más agraz llega de labios de Santiago Abascal. Los tres pasan a engrosar la nómina de enemigos políticos a eliminar a quienes el gallego, mal tipo donde los haya, perseguirá por tierra, mar y aire. Pero con el firme apoyo del PP valenciano (Paco Camps siempre creyó, hasta que estallaron las sisas de sus famosos trajes, en heredar a Mariano), Rajoy sale de Valencia reelegido presidente del PP con el respaldo de un Comité Ejecutivo formado «por los del botafumeiro» (Aguirre dixit). En Valencia, el gallego institucionaliza un PP regido por la tecnocracia y la gestión aseada del aparato del Estado, reñido con cualquier veleidad ideológica, después de invitar a liberales y conservadores a abandonar el partido. Unos terminarán en Ciudadanos, con Albert Rivera; otros lo harán en Vox, con Abascal. Es Mariano un líder débil, un pobre líder, dispuesto a gobernar el Estado como si fuera el Casino de Pontevedra: con muy mala leche y con la ayuda de dos muletas: Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.
¿Y a quien elige Mariano como ministro del Interior tras la victoria electoral de noviembre de 2011? A un hombre que cree fácilmente manipulable porque tiene menos luces que un barco de contrabando: Fernández Díaz. ¿Y por qué lo hace? Porque sabe lo que se cuece en Interior, porque conoce la catadura de quienes mandan en la DGP y en la UDEF, porque en 2001, cuando él mismo estuvo en Interior, ya estaba Villarejo y sus artistas invitados hozando en las cloacas, ya estaban los Olivera, los Pino, los González, los García Castaño y demás familia removiendo la mierda. En ese Ministerio se cuece la lucha contra ETA y Mariano ha pactado con su amigo ZP no variar un ápice la estrategia socialista. Pone a JFD en Interior y quita el CNI a Defensa para dárselo a Soraya. Coloca la Inteligencia y la Seguridad del Estado en manos de una funcionaria aplicada y de un tonto, un señor muy devoto, además de “muy pesado”, que hace todo lo que le dice Mariano, cumple lo que le pide Mariano, con el que habla diariamente no menos de una decenas de veces. Los asuntos “sucios” están seguros en manos de un perro fiel, y la gestión de la intendencia, en las de una aplicada abogada del Estado sin ambiciones.
Y cuando le estalla el escándalo Bárcenas le da hilo a la cometa, disimula, silbando en el muelle de la bahía, como si la cosa no fuera con él. Pero cuando el asunto empieza a ponerse serio, ¿a quién encarga desactivar la bomba? A la mafia policial, la misma a la que JFD ha encargado destripar, por orden de quien todos sospechamos, a los líderes de la revuelta independentista catalana. En lugar de hacer uso de los instrumentos que le confiere la Constitución, en lugar de aplicar la ley en toda su extensión, Mariano Rajoy fía la solución del conflicto catalán a un tipo tan chusco y zafio como José Pepe Villarejo y su tropa. Es el fraude de Rajoy a la democracia española, el engaño de Rajoy a la nación, la burla de Rajoy a los demócratas españoles. Porque Jorge (JFD) no tiene cabeza para diseñar ningún tipo de operación con la que poner al separatismo contra las cuerdas. Jorge y Mariano, Mariano y Jorge se fían de esta tropa, creen las historias que les cuentan, se solazan con informes hechos con titulares de periódico, y piensan que van a arreglar un problema tan complejo como el del independentismo con cataplasmas mafiosas, y hay una comida en Moncloa, septiembre de 2013 (primer intento de referéndum separatista), a la que acuden varios ministros, todos los barones, más Sorayas, Cospedales y Montoros, sí, Cristóbal Montoro, en la que Mariano tranquiliza a su parroquia diciendo que esos revoltosos hijos de Mas, Artur, no van a poner las urnas…