- Broncano no puede fingir inocencia. Se le ha fichado para lo que se le ha fichado, y si no ha recibido instrucciones es porque ni siquiera son necesarias.
Yo no suelo ver lo de Broncano, pero me engancho a su programa cuando me pasa por delante. Esa es la verdad.
La Revuelta es un poco un one-trick pony (esa improvisación desganada de fumeta ingenioso que se ha quedado en la parra deja de hacer gracia a la tercera) y los entrevistados suelen utilizarse con descaro como excusa para el lucimiento de los colaboradores.
Pero por alguna razón, y le reconozco el mérito a Broncano y su equipo sin ironía alguna, funciona como entretenimiento de sofá.
Preferiría, eso sí, no pagarlo con mis impuestos. La Revuelta es un programa de televisión privada, no de televisión pública.
Pero niego la mayor. Entrevistar una vez al año a Mariló Montero, como quien invita a un negro a un congreso del Ku Klux Klan, no es pluralidad, sino una encerrona.
Sobre todo cuando trescientas personas te abuchean a cada frase y el entrevistador y sus colaboradores lo jalean con comentarios sarcásticos.
A mí sólo se me ocurre un símil para lo de ayer: Broncano intentando contar chistes en un mitin de Vox y como telonero de Abascal.
Así que lo de ayer lunes no fue una entrevista, sino ventajismo. Algo habitual en La Revuelta.
Sólo hay que recordar la elegancia con la que Alaska le paró los pies a Broncano en La Resistencia cuando el presentador intentó hacer sangre con un Miguel Bosé que ni estaba presente ni podía defenderse.
«Tú tienes criterio para saber lo que tienes que hacer [respecto a la Covid] independientemente de lo que diga Bosé» le dijo Alaska.
El problema, claro, es que Broncano es de los que creen tener criterio para hacer caso omiso de las cosas que diga Bosé, pero no le concede el mismo criterio a los españoles, que deben ser en consecuencia adoctrinados con dinero público para que hagan «lo correcto».
Que es, por supuesto, lo que diga Pedro Sánchez.
Y no, «tú has dicho lo que has querido y estas trescientas personas también» tampoco es escrupuloso respeto a la libertad de expresión, sino jugar con las cartas marcadas. La tolerancia no es permitir que el otro hable en medio de bramidos mientras intenta defenderse de los insultos. De los insultos contra ella y contra Ana Rosa Quintana, que tampoco estaba ahí para defenderse.
Porque en el escenario del teatro Príncipe Gran Vía no había este lunes por la noche una representación más o menos plural de la sociedad española, sino una representante de la España «negra», algo que quedó claro desde el primer minuto de la entrevista, y trescientos representantes de la España «buena» y, por lo que se vio ayer, monolítica, monocorde y monomaníaca.
Una España perpetuamente cabreada.
Igual me equivoco, pero yo jamás he visto al público de El Hormiguero arremeter contra el invitado. Se le aplaude o no se le aplaude, pero no se le ataca. Y si alguna vez alguien del público lo ha hecho, dudo que Pablo Motos lo haya utilizado como palanca para dejarlo en ridículo o como gasolina para sus propios chistes.
También en la RTVE de Mariano Rajoy se entrevistaba a Almodóvar, y a Javier Bardem, e incluso a los líderes de Ce Ce O O, y a nadie se le ocurría ponerla como ejemplo de pluralidad.
Que RTVE ha sido un sonajero de colores que ha pasado de mano en mano en función de los resultados en las urnas para ser agitado frente a los ojos de los españoles no es opinión, sino una evidencia.
El problema es que la RTVE de hoy no es un sonajero, sino un martillo.
Y Broncano no puede fingir inocencia al respecto. Se le ha fichado para lo que se le ha fichado.
Los autócratas de hoy, además, no llaman por teléfono a RTVE para dar instrucciones. Invitan a cenar a sus presentadores estrella al palacio presidencial, les ponen unas cuantas decenas de millones encima de la mesa y se ahorran las órdenes porque para eso son los millones: para no gastar saliva.
Mariló Montero tenía razón, en fin, cuando dijo que la parrilla de la televisión pública española es hoy el patio de recreo de la izquierda.
Una izquierda que ni siquiera cuando está en el gobierno y mandan los suyos logra calmar ese rencor que le lleva a abuchear, trescientos contra uno, a una tipa que dice que le gustan los toros.