Ignacio Camacho-ABC
- Si no se trata de una frívola ocurrencia, el plan de Trump para Palestina tiene un desagradable tufo a limpieza étnica
Está muy repetida esa frase, que no sé de quién es, de que a Trump no se le debe interpretar al pie de la letra pero conviene tomarlo en serio. Y es cierto. Por eso ha armado tanto ruido su declaración sobre convertir Gaza en una especie de ‘resort’ gigantesco. Una Riviera, dice, se supone que como la maya, una Marina d’Or a gran escala sobre sus playas mediterráneas. Ahí le ha salido la vocación de empresario hotelero, origen de su fortuna millonaria. Sólo que la ocurrencia se carga de un golpe los acuerdos de Camp David, de Oslo y de tantas negociaciones –a menudo fracasadas– para una paz y un reparto de territorios que abra un mínimo margen a la esperanza. Lo que ha propuesto es la vuelta a 1948, es decir, al mapa que desencadenó el problema más desestabilizador de toda la geopolítica contemporánea. La pretensión de resolver en dos patadas setenta años de guerras, guerrillas, terrorismo, intifadas, fronteras irreales y desplazamientos en masa.
Hay un pequeño obstáculo en la hoja de ruta: dos millones de palestinos y entre ellos una significativa porción de fanáticos islamistas decididos a acabar por las bravas con el pueblo y el Estado judíos. Los hemos visto días atrás regresar en sobrecogedoras filas de caminantes en busca de sus hogares destruidos. Trump ya les ha encontrado destino y consiste en mandarlos ‘velis nolis’ a Jordania y Egipto, países que como es lógico no están dispuestos a hacerse cargo de ese contingente imprevisto, entre otras cosas porque ya tienen bastantes cuitas internas como para asumir ese compromiso. El presidente americano promete ‘convencerlos’, entienda cada cual lo que quiera, y no es descartable que pueda conseguirlo. Pero el plan supone el retorno a la causa primera del conflicto, con un tufo a limpieza étnica y a supremacismo que remite a los episodios más tristes del pasado siglo. Y no parece que convertir la Franja en un protectorado de Estados Unidos vaya a constituir un progreso político.
La idea ha gustado a Netanyahu, que lleva tiempo pensando en quedarse en Gaza –de la que se retiró Sharon, que no era precisamente una paloma– y debe de considerar que ésta es una oportunidad de hacerlo de forma interpuesta. En Israel faltan liderazgos como los de Begin, Rabin o Peres, dotados de suficiente inteligencia para comprender que más allá del corto plazo hace falta visión estratégica. Si el desalojo se lleva a cabo, la población gazatí acabará en enormes campos de refugiados donde Hamás encontrará una cantera para explotar aún más a fondo el odio contra la nación hebrea. Y es complicado incluso que la propia ciudadanía estadounidense entienda la conveniencia de retomar el intervencionismo aventurero propio de los años 70. Tal vez no se trate más que de una de esas ventoleras que a Trump le pasan de vez en cuando por la cabeza. Aunque sería de muy mal gusto frivolizar a cuenta de una tragedia.