- Al fenómeno global de la inmigración descontrolada se le añade el específico de Rabat, del que no puede salir nada bueno
Marruecos acaba de presentar el estadio de fútbol Hassan II en Casablanca, que será, cuando acabe su construcción allá por 2028, el más grande del mundo con sus 115.000 espectadores. No parece, pues, que la situación en el país vecino sea desesperada.
Junto a tan magno proyecto, propio de una potencia que aspira a organizar la final del Mundial de 2030 en detrimento de España, Rabat presume de inversión militar y despliega maniobras periódicas con Estados Unidos para hacer brillar su poderosa flota, paseada a tiro de milla de Canarias sin previo aviso a las autoridades españolas.
Aunque con la mirada europea las cifras económicas, las libertades, los derechos y la legislación marroquí no cumplen los parámetros mínimos exigibles, en su entorno es el primo de Zumosol, con unas relaciones privilegiadas con América, Europa, los países del Golfo y hasta Israel, de no ser por la guerra en Gaza.
Y sin embargo, Marruecos es un problema para España, su principal socio comercial, su máximo cliente y su primer exportador. Lo escribía ayer Bieito Rubido en un valiente artículo en El Debate, a cuento de la invasión migratoria que, lejos de frenar tras la deshonrosa rendición de Pedro Sánchez con el Sáhara, se ha incrementado con escenas como la invasión de la playa ceutí del Tarajal, solo posible con el impulso y el visto bueno del Rey Mohamed VI.
De las intenciones anexionistas de Marruecos sobre Ceuta, Melilla y hasta Canarias no hay duda: es su gran obsesión, un objetivo irrenunciable que nace de una leyenda inventada, similar a la que impulsa al nacionalismo catalán o vasco, según la cual esos territorios le pertenecen históricamente y hay que recuperarlos como sea.
Y probablemente ahí hay que ubicar la presión migratoria, convertida en un arma de coacción que supuestamente se iba a desactivar tras la renuncia de Sánchez a la posición española en el Sáhara, mantenida durante cincuenta años con gobiernos de todos los colores y cedida por el líder socialista sin ninguna explicación decente ni compensación suficiente, justo después de que le descargaran con Pegasus toda la información guardada en su móvil, custodiada con la negligencia habitual en el personaje.
Ningún país puede soportar eternamente una inmigración descontrolada, ni por los que están ni por los que llegan: proteger las fronteras no es solo una obligación germinal de un Estado decente, también es la única manera de que encajen todas las piezas y se frene un «efecto llamada» que acabe generando marginalidad, delincuencia, desesperanza y xenofobia, la consecuencia final de la irresponsable gestión política que, en nombre de un falso humanitarismo, acaba incentivando las muertes en el mar, el negocio de las mafias y el riesgo de delincuencia.
No dejar entrar a todo aquel que quiera hacerlo es la mejor manera de que quienes sí lo hagan dispongan de una oportunidad real de procurarse una vida decente y productiva, para ellos y para su lugar de acogida. Y no entender ni aplicar esta máxima posibilista, que solo debe romperse por razones humanitarias constatables, es tan estúpido como habitual en gobiernos instalados en el mantra, la consigna y los mundos imaginarios.
España se está llenando de subsaharianos jóvenes y fornidos que, en su inmensa mayoría, son pacíficos, quieren trabajar y buscan una oportunidad que no van a tener por la inexistencia de un plan que, a la recepción y traslado a un centro costosísimo sin otra misión que hacer de hostal masificado para enriquecimiento de ONG transformadas en verdaderas empresas del sector con facturaciones millonarias, le añada una hoja de ruta laboral, cultural y económica.
Pero a esto, en el caso de Marruecos, se le añaden otras intenciones inquietantes, bien distintas a las existentes en Senegal o Mali: tenga o no cogido Mohamed a Sánchez por la entrepierna, como sugiere el volantazo del presidente español tras ser espiado, ha emprendido hace tiempo una operación de asalto tranquilo a la frontera sur española que aspira a ser victoriosa con la estrategia del agotamiento. Y ya sabemos cómo se las gasta Sánchez: no hay chantaje que no acepte si en el viaje va incluido su futuro político o personal.