José Antonio Zarzalejos- El Confidencial
El tremendismo de la republicana trata de salvar la cara a la incompetencia, la temeridad, la mendacidad y la indignidad de muchos dirigentes independentistas
Ayer se produjeron las declaraciones más graves y mendaces de cuantas hasta el momento han venteado los dirigentes independentistas. Marta Rovira, secretaria general de ERC, declaró en RAC1 que el Estado amenazó con “muertos en la calle” si el secesionismo persistía en sus propósitos. Se trata de una gravísima mentira y de una de las peores manipulaciones del relato secesionista que trata de explicar su fracaso por el “descontrolado” ejercicio de la fuerza que ha practicado del Estado.
Hay que seguir sacando petróleo de las escenas –muchas ‘fakes’– del 1 de octubre y continuar alimentando la narrativa según la cual el nuestro es un Estado fascista, franquista y autoritario. Pero todo tiene un límite y la declaración de Rovira –una política con cierta tendencia a la emotividad mal controlada– requiere que el Gobierno actúe políticamente y lo haga de manera contundente para dejar a la segunda de Junqueras enfrentada a sus falsedades.
En la política caben –lo estamos viendo– las verdades alternativas que no son sino representaciones verbales, discursos que reinterpretan la realidad introduciendo factores sentimentales y con un hábil manejo de las emociones colectivas. El fracaso de los independentistas ha sido de órdago. Es de tal dimensión que han entonado casi a coro rectificaciones varias pero todas remitiendo el fracaso de la declaración unilateral de independencia a su falta de preparación, ausencia de realismo y de mayoría social. Pero, en un determinado momento, los estrategas del fallido proceso han reparado en que se han pasado de frenada en el reconocimiento del fiasco y han querido virar para encajárselo al Estado y, más concretamente, al Gobierno. Como siempre hacen con sus errores: endosarlos.
Marta Rovira, poco experta, nerviosa, angustiada y temerosa de que el 21 de diciembre las urnas le salgan al independentismo por la culata, se ha hecho portavoz de la peor de las mendacidades inventándose calumniosamente una amenaza del Gobierno que jamás existió. Se trata de una hipérbole añadida a las muchas y ofensivas que ella y otros dirigentes separatistas implementan para retirar toda reputación democrática al sistema constitucional español y conseguir, o intentar, su descrédito internacional, al tiempo que mantienen a los ciudadanos que les siguen en la espiral del agravio y el victimismo. Los catalanes tienen una extraña relación con sus propios fracasos colectivos: tienden a recrearlos con una épica de perdedores.
El tremendismo de Rovira es solo, creo, el prólogo de otros que tratarán de salvar la cara a la incompetencia, temeridad, mendacidad e indignidad de muchos dirigentes del proceso soberanista. Y es una forma de crear ambiente a las sucesivas comparecencias ante la justicia belga del expresidente de la Generalitat, cuya estancia en Bruselas resulta cada día más ridícula y desde donde acaba de fulminar a su propio partido con una lista que deja a los exconvergentes ‘in puribus’.
Marta Rovira, poco experta, se ha hecho portavoz de la peor de las mendacidades con una amenaza que jamás existió
En fin, que cabe admitir en la política un cierto grado de simulación, pero incurrir en la mentira miserable delata el ínfimo nivel moral y cívico de unos dirigentes públicos que se están comportando de manera totalitaria, no solo porque no aceptan el fracaso, sino porque lo combaten de una manera indigna y ofensiva.
De esta manera, la señora Rovira –y cuantos con ella siguen embarcados en la mentira y la calumnia– no solo no rebaja la tensión sino que la incrementa, y posiciona a los catalanes que les son adversos y al resto de los españoles en una tesitura de absoluta y justificada intransigencia. Con esas malas maneras, con esas artimañas, con esas falsedades, con esas ofensas, lejos de favorecer acercamientos fomentan enfrentamientos y, sobre todo, un inmenso hartazgo en el conjunto de España.
En este contexto, Marta Rovira –desafiada por la realidad– ha mentido introduciendo en la narrativa la última indignidad: la atribución al Gobierno de una inverosímil intención amenazante. Han colado en el relato, ya fantasmal, del proceso, las palabras “muertos” y “sangre”. Necesitaban ese vocabulario bélico y represivo para paliar su desordenada retirada de posiciones, su flagrante incompetencia, y diluir con tremendismo de baja estofa el ridículo en el que han incurrido. Como escribió Alfred Adler: “Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa”. Y la verdad es para los separatistas peligrosísima. Por eso mienten.