EL MUNDO 11/09/13
RAFAEL NAVARRO-VALLS
· El autor destaca el abismo que existe entre la marcha del líder afroamericano y la cadena independentista
· Señala que la comparación del presidente catalán es un recurso fruto de la emoción y vacío de contenido
El discurso del lunes de Artur Mas comparando la cadena humana independentista con la marcha de Martin Luther King sobre Washington el 28 de agosto de 1963 es un buen recurso retórico, si no fuera porque no se adecúa a la verdad de los hechos.
Las diferencias entre ambas son notables. En primer lugar, Martin Luther King no defendía ningún credo nacionalista, que hiciera especial hincapié en una etnia o en una cultura determinada y abogara por su derecho a convertirse en Estado. Lo que buscaba la marcha del «sueño» era más la integración que la segregación, más la unidad que la desunión. A King le interesaban los individuos concretos y no las colectividades abstractas. De hecho, otros líderes afroamericanos como Malcolm X o el movimiento de las BlackPanthers rechazaron la política conciliadora de MLK. El discurso de aquellos era rupturista y no excluía el uso de medios violentos. En cambio, los ideales del pastor King eran una continuación del sueño americano. Su famoso «Tengo un sueño» enlaza con las aspiraciones de los padres fundadores de EEUU de garantizar a todos los hombres los inalienables derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
King comprendía que esos objetivos requerían unidad y no desunión, y precisaban del esfuerzo de todos los americanos negros y blancos, judíos y cristianos, católicos y protestantes, texanos o neoyorquinos, que tendrían que unir sus manos. Si la marcha de Washington hubiera sido una cadena humana en sentido estricto, habría sido una apoteosis de la igualdad de los ciudadanos americanos, proclamada por las leyes, pues nadie habría sido discriminado por el color de su piel, su credo político o religioso, o su pertenencia geográfica.
Recordemos que King criticó en su discurso la desconfianza hacia los blancos, «porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia hoy aquí, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente unida a la nuestra». Afirmaba, por tanto, que la libertad es indivisible, y que todo intento de parcelarla sólo desembocaría en la creación de nuevos guetos, y pondría en entredicho el futuro de una nación basada en los fundamentos de la libertad y la igualdad. No está claro que esa sea la pretensión de los organizadores de la cadena humana
La marcha de MLK se movía dentro del marco legal. Es más, buscaba la aplicación de las leyes y de las sentencias del Tribunal Supremo americano, que hablaban de integración y de igualdad de trato, no de segregación y ruptura. Lo que pedían al Gobierno norteamericano los ciudadanos que integraban la marcha de Washington era la aplicación de las sentencias que proclamaban la igualdad de derechos civiles de todos y la mejora de las leyes. El horizonte legal y jurisprudencial estadounidense que enmarcaba la marcha de Washington se consideraba todavía insuficiente, pero era la espoleta que cambiaría las cosas si seguían –como siguieron– la estrella polar de la unidad entre negros y blancos. Así como el Tribunal Supremo norteamericano rechazaba la segregación por etnias, el español también rechaza la confrontación entre los pueblos de España. Y al igual que la Constitución norteamericana proclamaba que «ningún Estado podrá dictar o poner en vigor ley alguna que menoscabe los derechos e inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos», la española proclama la solidaridad entre todas las nacionalidades y regiones españolas. ¿Es éste el espíritu que tiene Artur Mas en su cabeza como finalidad de la cadena humana?
Más bien pienso que en la mente de alguno de los organizadores, de esos que piensan con la cabeza fría en medio de las visceralidades del momento, la cadena catalana ha querido emular, probablemente, la cadena báltica que el 23 de agosto de 1989, medio siglo después de los acuerdos Molotov-Ribbentrop, reunió a millón y medio de personas a lo largo de 600 kilómetros en Estonia, Letonia y Lituania. Los historiadores consideran que fue un hito en el camino a la soberanía de las repúblicas bálticas que llegaría dos años después.
Sin embargo, Artur Mas no ha hecho todavía ninguna referencia al modelo de la cadena báltica sino que se ha agarrado, sin mayores reflexiones, en la oportunidad brindada por la celebración del medio siglo de la marcha de Washington. Un recurso parlamentario, que se mueve en la emoción del momento dejando tras de sí una estela vacía.
Los criterios de Mas al comparar la marcha de Washington con la cadena humana de Cataluña son de carácter cuantitativo. Efectivamente, no es imposible superar aquel histórico acontecimiento del agosto norteamericano, al que asistieron entre 200.000 y 300.000 personas. Pero el factor numérico no deja de ser un criterio simplista, propio del libro Guinness de los récords, un criterio en el que cuentan más las imágenes a vista de pájaro y la dinámica de las emociones, que un análisis profundo de lo que supondría la independencia de Cataluña para sus habitantes y el conjunto de España.
EL PRESIDENTE de la Generalitat dijo que Cataluña lanzará al mundo un mensaje tan impresionante como el que hizo King en defensa de la igualdad en EEUU. Pero las palabras espontáneas y esperanzadoras de Luther King en Washington, con profundas raíces en la tradición bíblica y en la historia americana, no parecen bien avenidas con el determinismo historicista del discurso de Artur Mas. Al referirse a una «evolución histórica» imparable, que ve en el siglo XXI aquel en que Cataluña recuperará su plena libertad, no llega uno a quitarse de encima la impresión de un cierto hegelianismo de salón y bastante discutible, en todo caso.
Las palabras de King en Washington representan un evidente contraste con el espíritu dominante de aquellos ensayos donde sólo parecen caber los que profesan una ideología selectiva, muy dada a hablar de libertades y derechos colectivos, y bastante menos a tener en cuenta las aspiraciones de los individuos singulares que viven en su mismo territorio. King no quería que nadie se considerara extranjero en su propia tierra. En eso, me parece, discreparía hoy de Artur Mas, un líder inteligente que probablemente necesite, como Kennedy encontró en Sorensen, un buen redactor de discursos que sea, al tiempo, su «banco de sangre».
Por lo demás, desearía añadir que soy catalán por rama materna, en concreto de Igualada. Amo a Cataluña y todo lo catalán. Respeto sus anhelos, los comparta o no. Pero, como dicen que dijo Aristóteles, «soy amigo de Platón, pero más lo soy de la verdad».
Rafael Navarro-Valls es catedrático y académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.