ABC 17/05/16
IGNACIO CAMACHO
· Prohibidas la risa y la música; el deporte, rito satánico. Un universo de sombras donde la alegría es delito y pecado
EL fútbol es una religión contemporánea –una religión laica, si vale el oxímoron– y como toda fe no sólo tiene sus dioses sino también sus mártires. Eso es lo que son los dieciséis muertos de la peña madridista de Irak: mártires de la libertad y de la alegría. Víctimas de una inocente pasión que en ciertos lugares del mundo aún representa un riesgo para la vida. Allí donde están prohibidas la risa o la música, donde el deporte constituye un rito satánico. Donde jamás hay un respiro para jugar, donde la diversión es delito, anatema y pecado.
No debe de ser fácil la vida en Balad. Primero el frente de la invasión aliada, luego la lucha contra la insurgencia, ahora la presión terrorista de Estado Islámico. Una comunidad chiita rodeada de suníes; guerra civil y religiosa, escombros sobre escombros, miedo sobre miedo. Unos tipos decidieron un día procurarse unos ratos de paz y jolgorio alrededor de una televisión grandota con una antena satélite. En un café fundaron una peña del Madrid, icono universal, credo planetario, y se reunían a ver los partidos. Algunos hasta se apañaron camisetas blancas, probablemente copias piratas, como en cualquier bar de cualquiera de nuestros barrios. Olvidar problemas, cantar los goles y criticar al Barça. Evadirse en el seno de una comunidad emocional sin más preceptos que el sentimiento tribal del fútbol. Sólo que allí, en el territorio fronterizo de la barbarie, ese sencillo hábito cotidiano puede tener pena de muerte si a los fanáticos les pilla un día de malhumor aventado.
El jueves los ametrallaron. Ni siquiera había partido ese día; estarían comentando las expectativas de ganar la Liga o el momento de forma de Cristiano –vaya nombre inoportuno– Ronaldo. Hace tiempo que ISIS ha situado el fútbol en el punto de mira de su odio salvaje, de su rencor sanguinario. En marzo atacaron con bombas un estadio de Bagdad y en noviembre quisieron reventar Saint Denis en la jornada negra de París, la noche maldita de los atentados. El culto al balón es herético, idólatra; valores decadentes, costumbres pecaminosas, ritos occidentales. En ese ceñudo, malhumorado universo de sombras no entran las pasiones ni hay sitio para entusiasmos inocentes en su infierno de rigor sectario.
Los mártires de Irak merecen algo más que un brazalete de luto y un minuto de silencio. Señalado como símbolo de una libertad elemental, como paradigma involuntario de un sistema de vida estigmatizado, el Real Madrid tiene la obligación moral de apoyar a sus fieles atacados. Una calderilla para reconstruir la peña, unos juegos de camisetas, un guiño en defensa de la pacífica normalidad de los seres libres. Un gesto público de solidaridad, de firmeza moral, de grandeza; un mensaje de empatía, de coraje. Evangelizar el madridismo en tierra hostil, admirado Florentino, significa algo más que quitar la cruz del escudo en los países islámicos.