JON JUARISTI-ABC

PROVERBIOS MORALES. No corresponde al Rey, sino al Gobierno, enfrentarse al gamberrismo separatista

UN joven y sabio amigo mío, el historiador Fernando Molina Aparicio, tituló su excelente tesis doctoral, editada por el Centro de Estudios Constitucionales, con una expresión de Benito Pérez Galdós: «La tierra del martirio español». La tesis de Molina trataba de la imagen de los vascos en la prensa republicana durante la tercera guerra carlista, y a esta se refería el novelista con la susodicha frase. Según Galdós, las Vascongadas y Navarra merecían ser definidas como «la tierra del martirio español» porque desde 1820 habían sido escenario intermitente de masivas oleadas de violencia mortífera entre españoles. El siglo XX confirmaría esta especie de maldición regional, que parece haberse desvanecido en el XXI. Toquemos madera.

Probablemente Cataluña fue tanto o más abundante en muertes por violencia política durante la misma época, si exceptuamos la segunda mitad del siglo pasado, en la que no conoció, fuera de algunos atisbos, un terrorismo endógeno (aunque ETA actuó en territorio catalán, como en tantos otros de España). Ahora, sin embargo, en Cataluña se martiriza a España. Con todo el sentido figurado que se quiera, pero Cataluña martiriza. Como martiriza un juanete o una úlcera de estómago a un cuerpo estresado y bajo en defensas. No es un martirio cruento, y esperemos que no llegue a serlo, a pesar de los antecedentes, pero Cataluña nos inflige a todos los españoles, catalanes incluidos, una incesante tortura psicológica, por llamarla de alguna forma.

Y, como está sobradamente demostrado, es el peor sitio al que, mientras dure la situación presente, se puede mandar al Rey. No estamos en 1875, cuando, tras el pronunciamiento de Sagunto, los generales enviaron al pobre Alfonso XII a los campos navarros, a que hiciera méritos. Don Felipe, al contrario que su tatarabuelo, no necesita demostrar nada. O no necesita hacerlo continuamente, sometiéndose a ordalías que sólo favorecen a los separatistas y a sus cómplices más o menos vergonzantes, como la alcaldesa de Barcelona, que es la que menos ha arriesgado y arriesga en todo este desmadre, y en cambio desgastan al Jefe del Estado, metiéndolo en trifulcas que deberían ser afrontadas directamente por el presidente del Gobierno. O en su defecto, ya que Rajoy evita cuidadosamente exponerse a desaires públicos desde el famoso guantazo de Pontevedra, por su vicepresidenta, que sabe pasar desapercibida cuando le conviene, escudándose tras el Rey, por ejemplo.

El 4 de febrero de 1981, víspera de Santa Águeda, los padres del Rey actual fueron boicoteados ruidosamente por los parlamentarios proetarras durante su visita a la Casa de Juntas de Guernica. Don Juan Carlos no pudo dejar de asistir a la solemne sesión del Parlamento Vasco de ese día. Su presencia ratificaba solemnemente la puesta en marcha de dicha institución, casi un año después de las primeras elecciones autonómicas. Hizo frente al boicot con dignidad y valentía, pero además tuvo el respaldo inmediato de la mayoría de los parlamentarios, incluidos los del PNV.

Por contra, en las dos últimas ocasiones en que Don Felipe ha acudido a actos oficiales en Barcelona, el 26 de agosto del pasado año y el pasado 25 de febrero, ha tenido que aguantar él solo y a pie firme los insultos y desplantes de los independentistas y, lo que quizá sea peor, la estúpida insolencia de Colau. La réplica de Don Felipe, educada y cortante, afirmando haber ido a Barcelona a defender la Constitución y el Estatut, ha sido magnífica y reconfortante. Pero no le correspondía a él dar la cara en solitario, sino al tácito Villadiego, es decir, al Govern del 155, todavía en funciones, es un suponer.