El PNV se enroca en el victimismo radical para exhibir su contrariedad ante el nuevo Gobierno vasco constitucionalista. Prefiere seguir instalado en las antípodas del lema de los 80 ( ‘un partido para todo un pueblo’), cuando, en los comienzos de la Transición, logró ser mucho más que un partido; casi un movimiento.
Puede que ayer se congregaran los cien mil fieles que todos los años agrupa el PNV en las campas alavesas, al comenzar el curso político, para celebrar el Día del partido. Pero el Alderdi Eguna ya no es lo que era. Y no sólo porque el lehendakari del Gobierno vasco ya no es un nacionalista y el reclamo del nombre de un Ibarretxe, ausente del acto, sonó a partitura de nostalgia, sino porque la configuración del nuevo Ejecutivo constitucionalista la acusó con un tono de cierto repliegue el presidente de los nacionalistas. Iñigo Urkullu, en su discurso defensivo, al reprochar al partido socialista y al Partido Popular el intento de convertir Euskadi «en una comunidad más de España», lanzaba un mensaje dirigido exclusivamente a la parroquia independentista. Al amplio abanico que empieza a abrirse en el segmento más radical de los votantes de su partido y se cierra en los seguidores del entorno de ETA.
Y al excluir de sus reflexiones a los ciudadanos constitucionalistas (482.839 votantes que optaron por el PSE, PP y UpyD) confirmaba su instalación en la radicalidad iniciada en las legislaturas del anterior lehendakari, a partir del mismo momento en que la indignación de los ciudadanos, canalizada a través del ‘espíritu de Ermua’ provocó en el PNV una decantación hacia el Pacto de Lizarra. Eso es: el PNV prefiere seguir instalado en las antípodas del lema de los 80 ( ‘un partido para todo un pueblo’), cuando, en los comienzos de la Transición, logró ser mucho más que un partido; casi un movimiento. Entre otras cosas, porque en Euskadi ha ido aflorando la vida política distinta, plural, diferente en una sociedad que ha ido optando por otras formas de ver la comunidad vasca, además de la nacionalista. Es tan cierto que hay vida más allá de la campa que la intensa actividad producida este fin de semana en el mundo político constitucionalista lo certifica.
La red de ciudadanos que con su voto en las pasadas elecciones autonómicas quisieron reflejar su hartazgo ante las políticas de enfrentamiento institucional que se habían vivido en el País Vasco durante la última década es realmente amplia. Mientras el PNV se lamentaba del peligro de que, con el nuevo Gobierno de Ajuria Enea se desfigure el perfil de nación que con tanto celo había ido trazando Ibarretxe con sus mensajes identitarios, más allá de la campa, la Fundación Miguel Ángel Blanco otorgaba su Premio anual a la Convivencia a los ediles constitucionalistas del País Vasco. Y más allá de la campa, también, se presentaba la Fundación Mario Onaindía, constituida por los amigos del político fallecido en 2003 para emular al dirigente de Euskadiko Ezkerra queriendo fomentar «la pluralidad de la política vasca».
La sociedad civil constitucionalista reclama con fuerza un protagonismo asfixiado durante décadas por el rodillo nacionalista. Y el fin de semana abrochaban sus esfuerzos en un mismo objetivo resistentes concejales firmes frente al miedo y la inercia diferenciadora con profesores, ex -militantes y animadores de la libertad a escala local. Y la Fundación Miguel Ángel Blanco demostró su longitud de onda con los nuevos tiempos eligiendo para otorgar su premio anual a dos ediles constitucionalistas del convulso municipio de Hernani en representación de los 530 concejales constitucionalistas de la comunidad.
Un premio que demostró, además, que el pacto entre socialistas y populares, más allá de las firmas de los grandes acuerdos de la gran política, puede funcionar, y de hecho funciona, con más naturalidad de lo que parece cuando se trata de luchar con decisión para recuperar la libertad.
El socialista José Ramón Chica y la popular Mariluz Anglada recogieron conmovidos las esculturas de Agustín Ibarrola y revelaron la complicidad política de sus dos partidos y de ellos mismos en un ayuntamiento que sigue gobernado por ANV, en un municipio donde las escenas de acoso y presión a los representantes socialistas y populares han sido la norma durante demasiado tiempo. Esa era la Euskadi plural a la que se refería y reclamaba insistentemente Mario Onaindía.
Con el afán de recuperar y divulgar su pensamiento político en un momento tan trascendente de cambio político, se presentó la Fundación que lleva su nombre, avalada por intelectuales, políticos y compañeros de trayectoria. Emilio Guevara, Joseba Arregi, Luis Castells entre otros. Nadie mejor que su mujer Esozi Leturiondo, que preside la Fundación, define el objetivo que persigue con esta iniciativa. «La figura de Mario trasciende al socialismo. Se implicó con sectores a los que el socialismo no había llegado, como el nacionalismo y el liberalismo. Esos sectores de la derecha civilizada y liberal que probablemente no estén en ningún partido». La Fundación que lleva el nombre de quien presidió Euskadiko Ezkerra y fue capaz de parar la trayectoria de ETA político militar quiere ampliar los espacios de la vida social y cultural vasca que, superando hegemonías del pasado y monopolios irrespirables, vaya configurando un espacio abierto, tolerante, no sectario, moderno, donde el cambio político vaya encontrando la savia social y cultural que alimente el futuro de un país plenamente transversal.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 28/9/2009