El debate de investidura despeja cualquier duda sobre quién lidera la derecha española y sobre quién está dispuesto a hacerlo. Alberto Núñez Feijóo se ha librado del real o aparente shock electoral de unos comicios que pensaba la conducían a la Moncloa y se ha convertido en el líder indiscutible de la oposición a una izquierda que con sus aliados no oculta su intención de destruir el Régimen alumbrado en 1978; ese sistema que permite, a quienes pretenderle liquidarle, no sólo la libertad de expresar sus ideas sino condicionar quien Gobierna España. La democracia liberal, lo que queda de ella en esta Piel de Toro acepta el desafío a su propia esencia y quienes la defienden lo hacen convencidos de la superioridad moral de su causa.
En los viejos tiempos, quienes aspiraban a acabar con un Régimen tenían, al menos, un proyecto alternativo; ahora no. Nadie sabe adonde conduce esa alianza salvo a servir a los intereses megalómanos de un individuo a quien sólo le importa conservar el poder. La izquierda revolucionaria tenía un modelo de sociedad, erróneo y liberticida, pero, al menos, lo tenía. La actual es sólo una coalición de intereses dispares cuyo único punto de unión es la capacidad de servir a sus intereses siempre y cuando sirvan a los del Presidente en funciones. En ese aluvión cabe todo y todo es posible. Los comunistas pueden perseguir su suelo colectivista, los independentistas su utopía secesionista, los demás obtener migajas del poder.
Esto configura un Gobierno imposible y un futuro estremecedor. No existe posibilidad alguna de saber donde acabará España porque todo depende de lo que sea preciso para que el Sr. Sánchez continúe al frente del Gobierno. En este contexto, la única certeza es la incertidumbre, el caos y la disposición del Secretario General del PSOE a aceptar todo proyecto por incompatible que sea entre sí, aunque destruya el modelo de convivencia existente en España y se lleve por delante un sistema, sin duda imperfecto, pero que ha garantizado el mayor período de libertad y prosperidad de la historia de España.
Feijóo ha puesto de relieve no sólo la anomalía democrática de Frankenstein, sino la anomalía que supone en el mundo de las democracias occidentales. No hay ni un sólo Gobierno en Europa que se componga de partidos revolucionarios en tanto pretenden destruir, unos la democracia liberal y la economía de mercado, y otros el propio Estado. Es cómo si una compañía de seguridad estuviese compuesta por dinamiteros. Este es el Gobierno que probablemente se configure en España tras la fallida investidura del líder del PP.
Como muy bien ha señalado Feijoó, el Gobierno social-comunista y sus compañeros de viaje con la expresión clásica de la reacción. No tienen ninguno de los rasgos que definen a una fuerza progresista. Representan lo más rancio y anacrónico de idearios muertos cuyos resultados han sido siempre los mismos: reducción de las libertades y empobrecimiento de los ciudadanos.
Esta es la triste realidad de la gestión de una izquierda, cuya doctrina es incompatible con la realidad. No hay nada moderno o progresista en ella, sino una incurable nostalgia de la tribu
En esta hora de España, hay que llamar a la resistencia civilizada, pacífica y racional. La nación se encamina hacia una situación en la cual hay que resistir la tentación totalitaria del Gobierno y sus aliados con firmeza pero con inteligencia. Hace falta una fuerza tranquila y consistente que se oponga a lo que Frankenstein 2 pretende hacer y esté dispuesta a revertir lo que han hecho. No caben pactos de Estado con quien quiere destruir el Estado; no es posible acordar nada con el diablo, porque eso es seguir la suerte de Fausto. No es el momento de los grandes acuerdos con quien nunca los cumplirá.
Alberto Núñez Feijóo ha superado con éxito su primer desafío pero eso no basta. Es imprescindible articular un proyecto de cambio real y eso está aún por hacer. No cabe ser menos socialista que los socialistas ni volver a convertirse en el taller de reparaciones del colectivismo. Es imprescindible ofrecer a los ciudadanos un programa centrado en la recuperación de la libertad como eje del discurso de la derecha española. Se ha llegado demasiado lejos en el proceso de colectivización y de control de la economía y de la sociedad por el Estado y es necesario no sólo frenar esa dinámica sino invertirla. Y ahí es donde se juega la oposición su futuro y el de España.
Del Régimen alumbrado en 1978 sólo queda la nostalgia y las costuras. España esta en una crisis sistémica que afecta a todos los ámbitos y, ante eso, sólo cabe una reforma profunda o el salto al vacío que es lo que representa este Gobierno. Esto es básico que lo comprenda el líder del PP y conforme a sus intervenciones en el debate de investidura parece haberlo entendido. La España de esta hora del Siglo XXI no es la de la Transición y la invocación de ese espíritu ha de transformarse en una agenda de modernización radical. Si eso no se hace desde la derecha, la izquierda acabará con los rescoldos de aquella luz de libertad y concordia.