ABC 03/05/16
· Los que hoy provocan el 26-J son hijos de una democracia pacífica y quizá ignoran el sentido patriótico que se necesitó tras el 20-D para ceder lo justo y formar un gobierno estable
SU Majestad el Rey Felipe VI firmará hoy el decreto de disolución de la XI legislatura de la democracia y la convocatoria de elecciones generales para el 26 de junio. Es la terminación oficial de la legislatura frustrada que surgió de las urnas el 20 de diciembre pasado. Las nuevas elecciones no deben entenderse como una patología política, sino como el desenlace natural del primer bloqueo parlamentario para la formación de gobierno desde 1978. Las urnas llaman a las urnas por dos razones: porque los ciudadanos han puesto fin al bipartidismo hegemónico y porque los partidos políticos no han sabido o querido estar a la altura de las circunstancias de un país que aún camina por el alambre de la recuperación económica. Los que repudian la transición democrática se han topado con la lección histórica de que ellos no han sido capaces de hacer lo que otros hicieron cuando tenían vivo el recuerdo de la dictadura y de los agravios no cerrados de la Guerra Civil. Los que hoy provocan las elecciones del 26-J por sectarismo insuperable son hijos de una democracia pacífica que les vino dada, y quizá por eso desconocen el sentido patriótico que hacía falta para, ante lo excepcional del resultado del 20-D, ceder lo justo para formar un gobierno democrático, estable y eficaz. La izquierda ha demostrado que su obsesión contra la derecha es más fuerte que cualquier consideración sobre el interés general de la nación. Habiendo ganado las elecciones en 2015, era impensable un gobierno que de una forma u otra no contara con el Partido Popular. La crisis de esta legislatura fugaz no parece haber cambiado las cosas. Pedro Sánchez ya ha anunciado que en ningún caso pactará con el PP después del 26-J. Podría considerarse que se trata de un mensaje táctico ante sus electorales, pero Pedro Sánchez comparte la fobia del PSOE zapaterista hacia el Partido Popular y hay que tomarse en serio sus palabras, porque revelan ese frentismo que ha hecho imposible la investidura de un nuevo presidente. Lo que no desvela el candidato socialista es cuál es la alternativa a su veto: ¿que gobierne el menos votado? Curiosa manera de entender la democracia.
No todo ha dependido de los partidos políticos, también de los ciudadanos. La fragmentación del voto el 20-D, con la deflación del bipartidismo y el auge de partidos con vocación de suplantar a PP y PSOE, hizo muy complejo el acuerdo entre derecha e izquierda. Más difícil fue en 1978 y a lo largo de la democracia, y aun así se alcanzaron los consensos necesarios para impulsar a España a ser la nación democrática y moderna que es hoy. La izquierda vive instalada en el veto al PP y, cualquiera que sea la perspectiva desde la que se mire esta opción frentista, resulta una elección lesiva para España.