EL MUNDO 18/03/13
Renunciaría a la independencia y al soberanismo a cambio de mejor financiación y una consulta pactada con el Gobierno
Artur Mas, acuciado por la crisis, por la necesidad de reducir el déficit de Cataluña al 0,7% y por la evidencia de que sólo el Gobierno central puede prestarle dinero o flexibilizarle el rigor presupuestario, ha caído finalmente en la cuenta de que no tiene más remedio que negociar con Madrid para cualquier paso efectivo que pretenda dar.
El presidente de la Generalitat parece haber asumido también que su consulta sólo podría celebrarse dentro de la ley y que cualquier otra posibilidad no tendría ninguna credibilidad ni ningún sentido. Por lo tanto, es consciente de que si quiere hacer su consulta -que quiere hacerla- tendrá también que negociarla con el Estado. Aunque para todo ello tenga, incluso, que romper con ERC.
Si desde la multitudinaria manifestación del pasado 11 de septiembre la estrategia de Mas era «pisar el acelerador» -por decirlo en los términos que usa Francesc Homs, el consejero de la Presidencia y única persona a la que escuchaba el president-, ahora está dispuesto a explorar todas las vías posibles de diálogo y de acuerdo con Rajoy.
Mas quiso escenificar el sábado que trabaja y que tiene ideas y vigor y reunió a su gobierno sin contárselo más que a sus medios afines. La reunión sólo tuvo valor simbólico y fue más una pantomima que cualquier otra cosa. La realidad es que el cambio de rumbo del presidente de la Generalitat va mucho más allá de esta escenificación y la crisis no es la causa, sino la excusa para un viraje de contenido fundamentalmente político.
Los sectores más moderados de Convergència i Unió basan su autocrítica en la rapidez y la brusquedad con que Mas se cerró, a finales de septiembre pasado, a cualquier tipo de diálogo con el Gobierno, y a la facilidad y hasta la frivolidad con que todos los puentes de posible entendimiento fueron dinamitados.
Después de las elecciones autonómicas del 25 de noviembre, y del tremendo batacazo que sufrió Mas muy personalmente y que dejó a CiU con 50 diputados, 12 menos de los que tenía, el president decidió cambiar de estrategia y el nombramiento de su amigo Jordi Vilajoana como secretario general de la Presidencia fue, en este sentido, muy significativo. Vilajoana, que ha sido diputado en el Congreso y que tiene buena relación con los cargos más relevantes del Partido Popular y del Gobierno, está haciendo de emisario de Mas en Madrid, explorando qué puertas estarían abiertas y en qué condiciones, para restablecer el diálogo.
El presidente de la Generalitat ha interiorizado que la estrategia de «pisar el acelerador» conduce al abismo. Tal vez por ello, Francesc Homs ya no es el único interlocutor de Mas. Vilajoana es su hombre en el PP y en Madrid (en detrimento de Duran Lleida, líder de Unió, en quien Mas no acaba de confiar), y en general tiende a escuchar y a hacer caso a personas más moderadas y pragmáticas que le animan a intentar por todos los medios el diálogo.
Las dos grandes líneas del acuerdo que busca Mas son un nuevo pacto fiscal para Cataluña y poder celebrar su consulta. El nuevo pacto fiscal no estaría tan en la línea del concierto económico vasco como al principio se dijo, sino que fundamentalmente se basaría en rebajar del 8% al 4% el déficit entre Cataluña y el Estado. El president está dispuesto a aceptar que esta rebaja sea gradual y que se inicie en 2018, cuando la crisis presumiblemente ya se haya superado y la recuperación sea ya más un hecho que una hipótesis. De 2018 a 2021, se reduciría un punto de déficit por año.
Por lo que se refiere a la consulta, Mas continúa empecinado en querer hacerla, y en hacerla legalmente, pactada con el Gobierno. Pero como él mismo admite, y éste sería el margen que habría para que Rajoy pudiera considerar autorizarla, una cosa es hacer la consulta y la otra decidir la pregunta o las preguntas. Es radicalmente distinto preguntar sobre la independencia de Cataluña que preguntar sobre la conveniencia de un nuevo acuerdo fiscal o sobre el grado de satisfacción de los catalanes con la relación entre Cataluña y el Estado. De un lado, la consulta se haría, y del otro, no se cuestionaría al conjunto de España como único ente soberano.
Los sectores más moderados de CiU entienden que de este modo y en estas condiciones se podrían sentar las bases de un acuerdo entre Cataluña y el Estado para los próximos 30 años.
De llegar a este entendimiento, la alianza con ERC se rompería y CiU podría gobernar con el apoyo más o menos explícito de PP y PSC. De hecho, Mas está en los últimos tiempos intentando sumar a los socialistas a todos los acuerdos. Los convergentes se han dado cuenta de que su alianza con ERC les resulta letal electoralmente y que la sangría de los votos en favor de los republicanos es incesante.
De todos modos, Mas no abandona del todo el que hasta el pasado 25 de noviembre fue su único plan, en tanto que cree bastante probable que Rajoy no quiera negociar absolutamente nada y quiera ganar por asfixia y KO. En ese caso, Mas proseguiría con su estrategia del acelerador y, ante la imposibilidad de organizar una consulta legal, convocaría elecciones anticipadas y se presentaría junto a ERC con la independencia como único punto del programa. Oriol Junqueras, líder de Esquerra, aceptaría ir de número dos y a los republicanos les corresponderían uno de cada tres puestos en la lista.
El propio Mas sabe y admite que ésta sería una medida desesperada que le llevaría a romper con Unió, y que si ahora CiU y ERC suman por separado 71 diputados (50+21), las dos formaciones, presentándose juntas y con el único argumento de la independencia, no llegarían a la mayoría absoluta y se quedarían con entre 60 y 64 diputados.
La declaración unilateral de la independencia de Cataluña, sin pasar por las urnas, desde el Parlament con su actual composición, está prácticamente descartada, porque los 13 diputados de Unió votarían en contra y los 37 diputados que le corresponden a Convergència, más los 21 de ERC, son insuficientes para llegar a la mayoría de 68.