José Antonio Zarzalejos- El Confidencial
No es el expresidente de la Generalitat de Cataluña el máximo responsable del caos: lo es su predecesor, Artur Mas i Gavarró
Pareciera que el responsable definitivo, último e inapelable de la situación caótica que vive Cataluña fuera el fugado Carles Puigdemont. Tiene, claro es, sus responsabilidades en el desaguisado, pero es un personaje mucho más instrumental que sustantivo, aunque, al final, se haya revelado como un político tozudo e indócil frente a quienes le apadrinaron suponiendo que podrían manejarle. No, no es el expresidente de la Generalitat de Cataluña el máximo responsable del caos: lo es su predecesor, Artur Mas i Gavarró.
Fue él quien en 2010 ganó las elecciones catalanas con la federación de CiU obteniendo 62 escaños (ERC logró solo 10 y el PP, 18) y quien en 2012 —en pleno descalabro de la reputación gestora del nacionalismo, sin rol bisagra en la política nacional por la mayoría absoluta de Mariano Rajoy— lanzó un órdago al presidente del Gobierno cuando España atravesaba el peor tramo de la crisis económica: quería un pacto fiscal para Cataluña como condición ‘sine qua non’ para mantenerse en los lindes de la legalidad constitucional.
Mas es el responsable de haber activado un proceso que se le fue de las manos al poco de ponerlo en marcha (enero de 2016)
Mas decidió entonces convertirse en el padre de la patria —más allá de Tarradellas y Pujol— y, recreando el papel bíblico de Moisés, disolvió el Parlamento en 2012 y sus 62 escaños se convirtieron en 50, mientras los 10 de ERC llegaron a 21. Poco después, rompía CiU y hundía a los democristianos de Unió; más adelante, celebró el “proceso participativo” del 9-N de 2014, que le ha granjeado la inhabilitación —pendiente de recurso ante el Tribunal Supremo— y una responsabilidad patrimonial que el Tribunal de Cuentas le exige perentoriamente y que puede significar el embargo de todo su patrimonio.
En septiembre de 2015, Mas y Junqueras urdieron la coalición Junts Pel Sí, una amalgama entre la entonces Convergència (luego PDeCAT) y ERC, yendo el todavía presidente de cuarto en las listas. Tampoco lograron mayoría absoluta: se quedaron en 62 escaños y necesitaron los 10 de la CUP, que irrumpió en el Parlamento catalán con un propósito rupturista y el afán disimulado pero obvio de cargarse a la burguesía antes autonomista y reconvertida al independentismo. Y como primera providencia, en enero de 2016, pusieron a Mas contra las cuerdas: o renunciaba a la presidencia de la Generalitat o habría nuevas elecciones. Y Mas renunció, se buscó a Puigdemont —a la sazón alcalde de Girona— y el barcelonés se integró en el ‘estado mayor’ del proceso con Oriol Soler —visitador de Julian Assange y urdidor impune de la insurrección catalana— en compañía de Vendrel, Madí y otros.
Ahora, en estas últimas 48 horas, no solo ha desaparecido Convergència (extinguida para evitarle el peso de las sentencias que por corrupción le ahogan), sino que Puigdemont, el provinciano político de Girona, ha impuesto a Artur Mas que tampoco sirve el PDeCAT, que él quiere ser el líder de una ‘lista del presidente’ con carácter transversal, y que Mas y los demás dirigentes del antiguo catalanismo tienen que pasar a la reserva, desaparecer, volatizarse. La cosa está entre él, Puigdemont, y el encarcelado Junqueras. Mas es el responsable de haber activado un proceso que se le fue de las manos al poco de ponerlo en marcha (enero de 2016), es el responsable directo de haber fulminado la exitosa federación de CiU, es el responsable igualmente directo de la extinción de CDC y de un erróneo y disparatado proceso de refundación: el PDeCAT. Solo faltaba que las nuevas siglas se diluyeran como azucarillo en agua ante los comicios del próximo 21 de diciembre.
Mas lo ha logrado: es el gran destructor de Cataluña porque, además, fue el hombre que a voz en cuello negó, y negó empecinadamente, que los bancos y las empresas se marcharían, porque aseguró, y lo hizo porfiadamente, que la Cataluña independiente acumularía respaldos internacionales y reconocimientos abundantes, porque negó, y lo hizo con reiteración, que la república catalana no estaría integrada en la Unión Europea desde el minuto uno. Nada de nada.
Mas ha liquidado el catalanismo. No se habrá conocido en la historia de la gran Cataluña a un hombre más torpe y engreído que él Mas no solo destruyó. También mintió.
Puigdemont, Junqueras ‘et alii’ no han hecho otra cosa que seguirle el juego, utilizarle de zapador, implementar su plan y, a la postre, terminar de destruir todo lo que él y su entorno representaban. Artur Mas ha liquidado el catalanismo. No se habrá conocido en la historia de la gran Cataluña a un hombre más torpe y engreído que él. No es extraño que hasta el limitado Puigdemont le haya mandado de vuelta a Barcelona desde Bruselas con cajas destempladas después de su inútil intento para convencerle de que el desastre no fuera tan indigno para él. El de Girona no le ha permitido ni salvar los muebles, es decir, ni hacer visibles las siglas que recuerdan vagamente lo que fue y ha dejado de ser. El PDeCAT también ha fallecido políticamente bajo el tembloroso e incompetente bisturí de ese cirujano que se creyó de hierro: Artur Mas i Gavarró.
La burguesía catalana, cuando recupere la lucidez, no se lo perdonará nunca.