Martín Prieto, LA RAZÓN, 24/9/12
Como máxima representación del Estado, el Molt Honorable Artur Mas está pisando lo que literalmente llamaríamos «Alta Traición», golpe de Estado o sencillamente felonía. El amor de la burguesía catalana por el chantaje al resto de España lo está sustituyendo paulatinamente por la amenaza. Jordi Pujol podía dar clases de independentismo al frente de la derecha catalanista, pero entendió que no le tocaba el tiempo histórico de la secesión y colaboró con los gobiernos centrales. Mas parece convencido de que la independencia de Cataluña es para pasado mañana y desarrolla un discurso no sólo victimista sino que flota en la estratosfera política sin considerar ni por cortesía la legalidad vigente. Su antecedente de todo o nada lo encuentra en Companys quien en 1932 proclamó la República Federal Catalana en el seno ectoplásmico de una República Federal Española, todo ello con el soporte del PSOE (revolución de Asturias) y prolegómeno de la Guerra Civil. Mas cuenta con la ventaja de que sabe que en estos tiempos en España no se fusila a nadie, y menos por creerse Peter Pan. En el fragor de una crisis que mantiene a España en el filo de un rescate que resultará cruel y con la Hacienda catalana en almoneda este Bismark de guardarropía no tiene nada mejor que hacer que sacarse de la manga un nuevo Estado que ni siquiera estará en Europa como ha advertido Durao Barroso y que contaría con los vetos de España, Francia e Italia. Sus alianzas serían con Mónaco o la parte turca de Chipre. Pero ya sabemos que todo lo que le falta a este Rey Arturo en capacidad y fineza le sobra en gestualidad de jaque de las Ramblas como acredita su rueda de Prensa en la «Embajada» en Madrid desairando a su anfitrión y jefe. Pretende asustar con elecciones regionales anticipadas en las que más diputados no servirán a sus propósitos. Y ya veremos por dónde sale Duran y su Unió (los democratacristianos son impredecibles) y el esquizofrénico o bipolar socialismo catalán que se levantan cantando Els Segadors y se acuestan más españolistas que los empresarios que tienen pesadillas con los aranceles.
Martín Prieto, LA RAZÓN, 24/9/12